martes, 23 de agosto de 2016

Atrapado en la Casa del Señor - Historias de terror



Estoy atrapado dentro del confesionario.

Sudores fríos recorren mi cuerpo y apenas puedo respirar. Noto el horrible hedor putrefacto que proviene del otro lado de la puerta y casi no puedo reprimir las arcadas. Empiezo a marearme, el calor es asfixiante. Le oigo fuera, sus pasos arrastrados resuenan por la pequeña casa de Dios, impasibles, insoportables. Choca con los bancos. Gruñidos. El terror se apodera de mí, las manos me tiemblan y respiro cada vez más rápido. De repente se hace un total silencio. Afino el oído, no oigo nada. Mala señal. Sé que sabe que estoy cerca, me huele, me presiente. He de tomar una decisión rápido, o me encontrara y será el fin.

He de matar a mi propio hijo.

Se acerca cada vez más. Lo tengo solo a cinco metros de mi posición y se para, mirando hacia mi escondite. Sujeto firmemente el gran crucifijo de metal que agarré como medio de defensa en mi huida desesperada hacia el confesionario. Miro de reojo por los pequeños huecos de la rejilla y dislumbro la tenue luz rojiza de la puerta privada que conduce a las habitaciones de los curas interinos al fondo. Es una puerta de acero reforzado, muy resistente, que además tiene doble cerrojo. Es mi única vía de escape. Debo entrar allí. Las débiles paredes de madera que me rodean no son resistencia para la abominación que desea mi carne y que sigue mirando fijamente hacia el pequeño confesionario, como en estado de shock.

Ahora que lo tengo cerca, lo examino más detenidamente y casi se me para el corazón. Tiene toda la cara desgarrada chorreante de sangre. Le veo la mandíbula. Bajo más la mirada y algo le sale del estomago. Dios mio, son sus intestinos colgando. Me tapo rápidamente la boca, noto el vomito saliendo lentamente entre mis dedos y apenas puedo tenerme en pie.

Esa cosa me oye, gime lastimosamente y viene hacia mí. De repente se oye un grito espeluznante que proviene del otro lado de la puerta de acero. El cerrojo se abre y aparece corriendo la Hermana Claudia. Intento advertirla pero las palabras no salen de mi boca y choca directamente contra la abominación. Esta la atrapa mordiéndola el cuello y tirándola al suelo, indefensa. El grito de la Hermana es desgarrador. Por la puerta de acero aparecen varias personas más, arrastrando los pies y con un aspecto similar al de mi hijo. Se unen a él en una orgia de sangre, vísceras y huesos.

Me atraparan, estoy seguro, descubrirán mi escondite y me devoraran como a la Hermana. Solo de pensarlo me tiemblan las piernas. Evalúo la situación. No puedo salir por la puerta principal, esta cerrada y la llave ignoro donde esta. Quizás la tenga la Hermana o este en los despachos inferiores. Solo me queda una salida, he de adentrarme en el corazón de la Iglesia, cerrar la puerta de acero, y rezar para que no halla más demonios dentro, pues seria mi fin. Caminan lento y melancólicos, pero cuando ven algo que les interesa, son más rápidos de lo que parecen.

Respiro profundamente, tranquilizándome, rezo una plegaria y agarro con firmeza el crucifijo. Salgo corriendo hacia la puerta, sin mirar atrás. Oigo ruidos, gritos, gemidos, la muerte viene hacia mí. Los tengo a pocos metros, las piernas me pesan y tengo la sensación que voy extremadamente lento. Unos pocos pasos más y estaré a salvo. Por la puerta aparece de repente una silueta. Es el Padre Andrés. Le grito pero no me responde. Le falta medio brazo. Es uno de ellos. Bloquea la puerta, y alza el brazo rugiendo hacia mí. Espeluznante. Antes de que me agarre, le empujo hacia un lado con una fuerza que no creía tener. Entro dentro del salón, me doy la vuelta y creo ver a la Hermana levantándose a lo lejos. El Padre sigue en el suelo intentando levantarse, con el brazo extendido hacia mí. Mi hijo y los otros están ya demasiado cerca a pocos pasos . Cierro la puerta, echo los cerrojos y muevo una mesa apoyándola en la puerta.

Me derrumbo oyendo los aporreos en la puerta, los gritos y los gemidos de esas cosas que ya no son humanas. Mi hijo es uno de ellos. Empiezo a llorar amargamente en mi escueta seguridad.

Dios, ¿que clase de locura es esta que se ha apoderado del pueblo? ¿Como has permitido que esto ocurra? ¿Acaso te has cansado de la existencia del hombre, de su avaricia y su maldad, y has decidido levantar a los muertos contra los vivos?

Soy el Padre Carlos y estoy atrapado en la casa del Señor.

AUTOR: MISI666

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