Seguramente todos han oído hablar de la luz al final del túnel, es decir, aquello que muchas personas con experiencias cercanas a la muerte describen como el escenario inmediatamente posterior al fallecimiento del cuerpo físico.
En este artículo intentaremos ir un poco más lejos y tratar de averiguar qué hay del otro lado de la luz blanca al final del túnel.
En principio podemos decir que el proceso de la muerte, si tomamos en cuenta las experiencias de aquellos que han regresado tras algunos minutos de muerte clínica, consta de seis etapas. Probablemente haya muchas otras más, pero en el caso de las personas que vuelven a la vida, la lista se resume a seis:
1- La muerte física propiamente dicha.
2- El túnel y la luz blanca al final.
3- El otro lado del túnel.
4- Encuentro con seres queridos.
5- Repaso de la vida en la tierra.
6- Regreso del alma al cuerpo físico.
Lo curioso es que muchas personas con experiencias cercanas a la muerte declaran haber visto un túnel y una luz blanca y brillante al final, pero pocos, en todo caso, sostienen haber llegado del otro lado.
El Bardo Thodol —o Libro tibetano de los muertos, especie de manual que explica las aventuras que el alma debe atravesar del otro lado— explica que la luz al final del túnel no es en modo alguno un faro o un portal interdimensional hacia el más allá, sino justamente lo contrario.
De acuerdo a la tradición tibetana, se trata del camino de regreso al plano físico.
Casi todos los que han vivido esa experiencia coinciden en afirmar que la luz al final del túnel es sumamente atractiva, como una especie de imán que atrae al alma hacia ella. Esto, de acuerdo al Bardo Thodol, es el primer obstáculo que el alma debe enfrentar. Si atraviesa el túnel y entra en la luz, el alma regresará a su vehículo físico en la tierra.
¿Qué tienen en común todas las personas que han muerto clínicamente y han regresado a la vida?
Precisamente que han regresado. El testimonio de aquellos que no lo han hecho, me temo, es algo que solo podremos averiguar personalmente.
Ahora bien, siguiendo esta tradición, la luz al final del túnel es algo así como un gran salón en donde se archivan todos los recuerdos personales del alma. En este contexto: el Bardo Thodol aporta una visión todavía más sobrecogedora.
No solo el alma observa sus experiencias en la tierra, sino que en cierta forma las revive, y todo dentro de una especie de salón de proyección con una visión panorámica en 360 grados.
Lo extraño es que la perspectiva desde la cual el alma revive su paso por la tierra no es personal, es decir, no observa esos recuerdos desde su propio punto de vista, sino desde el de las personas que conoció en su vida.
De esta manera, el alma puede ver y sentir tal como otros lo vieron y sintieron en el plano físico, pudiendo entender tanto las alegrías como el sufrimiento que brindó a los demás.
Tras este repaso de la vida terrenal el alma puede o no ser enviada de nuevo al plano físico, sin importar sus objeciones. De acuerdo al testimonio de las personas que aseguran haber estado ahí, ninguna ha manifestado el deseo de regresar. Todo lo contrario, cuando se le comunica que su tiempo aún no ha llegado, y que debe volver a su cuerpo, sienten un tremendo vacío.
En este punto, nuevamente, solo podemos analizar las experiencias de aquellos que sí han vuelto a la vida.
Generalmente, hay amigos, familiares y seres queridos que reciben al alma del otro lado de la luz al final del túnel. El Bardo Thodol sostiene que este es el segundo obstáculo.
De acuerdo a la tradición tibetana, estos seres solamente asumen la forma de aquellas personas que han sido importantes en la vida terrenal del sujeto.
Según el Bardo Thodol, seguir a estos seres hacia la luz implica ciertos riesgos.
Por un lado, se produce el corte final con el cuerpo físico, de tal manera que ya no es posible regresar. Por otro lado, tampoco es que el alma se reencuentre aquí con sus seres queridos, sino que a continuación debe atravesar por un proceso sumamente extraño.
En este punto, el alma se recicla —a falta de un término más apropiado— a sí misma, despojándose de casi todos sus recuerdos. La sensación que se experimenta es de total familairidad, como si hubiésemos estado muchas veces en ese sitio.
Este es el tercer obstáculo, según el Bardo Thodol.
Una vez que ha sido despojada de sus recuerdos, el alma es evaluada por una presencia que, de acuerdo a los tibetanos, puede ser entendida como una especie de guía, aunque su función se parece mucho más a la de Caronte, el barquero de los mitos griegos.
Este guía evalúa el grado de conocimientos del alma, es decir, cuánta información todavía se conserva en su memoria. Si esta recuerda demasiado, debe atravesar de nuevo por el proceso de borrado y reciclaje.
No obstante, los recuerdos de nuestras vidas pasadas no se borran completamente, sino que se almacenan en los sustratos más profundos del subconsciente. El guía, en todo caso, verifica que esos recuerdos no se encuentren disponibles para la conciencia.
El cuarto obstáculo es acaso el más difícil de superar.
El alma es bañada, literalmente, por una sensación infinita de amor. Lo más habitual, según el Bardo Thodol, es seguir esa vibración, la cual nos conduce de nuevo hacia el ciclo de reencarnaciones. Negarse implica romper definitivamente con ese ciclo.
Según esta tradición, la vida en la tierra es una ilusión, lo mismo que las causas y mecanismos del karma, e incluso la vida en el más allá. La liberación se consigue únicamente cuando el alma entiende que ella misma posee la habilidad para crear mundos, universos enteros, y poblarlos con su propia conciencia.
Sin embargo, la mayoría de las almas se sienten seducidas por esa sensación de amor, de esperanza, de compasión; que a su vez conducen a un nuevo ciclo de reencarnaciones. Al rehusarse, el alma rompe el ciclo de ilusiones y se integra a la fuente, siendo capaz de tomar decisiones por ella misma.
Esta prueba, decíamos, es el último umbral hacia la verdad. Según el Bardo Thodol, únicamente aquellos que se entrenan para enfrentar esos obstáculos pueden superarlos, ya que, en definitiva, el más duro de todos es superar el concepto de YO, la arrogancia del ser, que a su vez conduce al miedo.
Paradójicamente, al aceptar la propia autoaniquilación el alma se libera de toda atadura.
¿Por qué?
En este sentido, el Bardo Thodol sostiene que nuestro plano y todo lo que se encuentra dentro de él está signado por la dualidad. La vida, los pensamientos, las acciones, poseen una carga que puede ser positiva o negativa, y que en cierta forma tiende al equilibrio.
El deseo de vivir, pero sobre todo la negación a prepararse para la muerte, desbalancean ese equilibrio y alimentan la idea falsa del ser, que busca sobrevivir por todos los medios, sin entender que la verdadera supervivencia se da, curiosamente, a través de la autoaniquilación del Yo.
Lo extraño es que el apego a la vida es, según el Bardo Thodol, una especie de garantía para la inseguridad, para el miedo, que se traduce en un temor insensato a la muerte. Esto, a su vez, induce al alma al deseo de volver a vivir en el plano físico más allá de todo.
Los conceptos tibetanos sobre la vida más allá de la muerte, o mejor dicho, de lo que realmente hay en la luz al otro lado del túnel, se expanden y se contraen de un modo que quizá nos produzca cierto rechazo. Y no es para menos. Cortar con la rueda de las reencarnaciones, al parecer, tiene un precio que muy pocos están dispuestos a tributar.
FUENTE: Extraído en su totalidad de elespejogotico.blogspot.com.ar (por "Aelfwine" Sebastián Beringheli)