miércoles, 15 de junio de 2016
"Muerte a los Testigos de Jehova" por Mauro Croche - Historias de terror
miércoles, junio 15, 2016
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-Perdóneme padre, porque he pecado. Mi última confesión fue hace dos años. Desde entonces he cometido varios pecados, pero ninguno como el que me tiene a maltraer desde hace cuatro días. El padre, con leve curiosidad, dirigió una mirada a través de la celosía. Alcanzó a ver a un hombre corpulento, arrodillado frente al confesionario con la cabeza gacha. Sus manos colgaban a ambos lados de su cuerpo. Parecía alguien dispuesto a recibir la plegaria de absolución… o un hachazo en la cabeza. El padre volvió a dirigir la mirada hacia sus propias manos, donde un rosario descansaba entre sus dedos. -Continúa, hijo, continúa.
-¿Por dónde empezar? Creo que sería mejor contarle lo de la muerte de mi esposa.
-Te escucho.
-Ella falleció hace unos quince meses. Cáncer de mama. Ella… ella luchó contra su enfermedad hasta el último momento. Al final, de mi querida Mary sólo quedaba un saco de huesos y piel… pero ella seguía luchando. Creo que fue la lucha más conmovedora que vi en mi vida. Pero Dios no se apiadó de ella. Falleció el nueve de Julio del año 2014, a los treinta y cuatro años de edad. Y una parte de mí, qué le voy a contar, murió con ella. Sobre todo la parte de mí que creía. Que pensaba que las cosas que uno vive en esta vida sirven para algo. O que, al menos, tienen un significado. Durante un tiempo lo seguí pensando… hasta que ocurrió lo de hace cuatro días atrás.
-¿Qué ocurrió?
-Primero, debería contarle lo de la muerte de Mary. O mejor dicho, lo que ocurrió después.
-¿Y qué ocurrió después?
-Hubo un funeral. Y mucha gente que iba a visitarme. Familiares. Amigos. Personas que hacía años no veía. Trataron de darme consuelo, pero uno no puede encontrar consuelo en las palabras vacías que se les dicen a los deudos. ¿Cómo se supone que puede ayudar una frase como: “Ya dejó de sufrir”? ¿Qué se supone que quiere decir eso? ¿Que es preferible la muerte al sufrimiento? Si es por eso, entonces ya todos podemos dejarnos morir, porque el sufrimiento forma parte de la vida, nadie está exento de él. Y no me venga con que son pruebas que Dios nos pone en el camino. Yo sé que no es así. Son, simplemente… cosas que suceden. Como cuando una piedra se desprende de un acantilado. No significa nada. Es sólo eso: una piedra que se desprende del acantilado. No tiene sentido buscar significados allí donde no hay nada más que una casualidad.
-¿Y entonces?
-De todas esas personas que vinieron a visitarme durante del velorio, hubo una en especial… Una chica. Luciana, vivía a la vuelta de mi casa. Se notaba que era muy tímida y que le costaba acercarse para ofrecerme su pésame. No era la primera vez que la veía, pero sí la primera que me fijaba en ella. Vestía muy sencillo y su andar era cauto, como si temiera tropezarse con alguien en el camino. Parecía una gacela olfateando el peligro… Se acercó por fin y me dijo algo así como que Dios acogería a Mary en su seno. Textuales palabras. Fue ahí que caí en la cuenta. Debí haberme dado cuenta antes, por su forma de vestir pacata y su mirada huidiza. Luciana era Testigo de Jehová. Yo no tengo mucha simpatía por las religiones, pero la de los Testigos es una de las que más rechazo me da. No sé si habrá leído usted, Padre, alguno de esos folletos que dejan en las puertas de las casas, realmente son patéticos. La forma en que consideran a la mujer, poco más que figurita de porcelana que debe quedarse en la casa para cuidar a los hijos. Los hombres no deben estudiar en las Universidades, porque corren el peligro de caer en soberbia ante los ojos de Dios. Y qué se yo cuántas tonterías más. Eso en cuanto a la ideología. Porque con respecto al fanatismo… son únicos. No hay nadie más cerrado, ciego, fanático y obtuso que un Testigo de Jehová. Discutir de religión con uno de ellos es una completa pérdida de tiempo, es embarcarse en una discusión que nunca tendrá final, pero tampoco principio. En fin. La vi a esa chica y me di cuenta de que era Testigo de Jehová y una lucecita de malicia se despertó en mí. Porque ésa fue otra consecuencia de la muerte de Mary: que yo me volví un ser indigno. Había mucho rencor acumulado en mi alma. Quería que a todos les fuera tan mal como a mí. Que todo el mundo se sintiera tan solo como yo. Y al ver a esa chica angelical, de mirada tan ingenua y pura, que aún no había sido tocada por el mal del mundo… No pude resistirlo. No hay peor cosa para un miserable que ver a un ser lleno de luz caminando a su encuentro con los brazos abiertos. Créame, Padre: ésa es la peor ofensa que en ese momento de mi vida podían hacerme.
Así que lo hice. Comencé mi plan para corromper a la chica. La invité a hablar a mi casa. Le dije que yo había perdido la fe y que ella era la única que podía devolvérmela, a través de sus mensajes y sus revistas de colores. Qué excusa barata, ¿no? Y sin embargo, ella lo creyó de pies a cabeza. Gustosa, quizá pensando que cumplía una misión evangelizadora, comenzó a leerme la Biblia y me hablaba de la palabra de Jesús, de los Apóstoles, del mensaje que dejaba Dios en cada milagro del mundo. Y yo fingía interesarme en sus falaces argumentos, pero en el medio dejaba caer ideas que la incomodaban. Por ejemplo, citaba el famoso acertijo de Epicuro, aquel que sostiene la imposibilidad de un Dios a través de la simple existencia del Mal. O comenzaba a torcerle las preguntas hasta llevarla hasta un punto en que sólo obtenía un azorado silencio de su parte. Ella al final se recomponía y regresaba a su zona segura, pero yo sé que meditaba en mis palabras durante la noche, dando vueltas sobre la cama y preguntándose cómo era que yo la había confundido con tanta facilidad.
Podía ver cómo su fe tambaleaba día tras día, como un árbol de raíces demasiado superficiales hostigado por un viento poderoso. Yo, por mi parte, me sentía dichoso. Por primera vez desde la muerte de Mary, sentía una especie de oscuro regocijo que se me clavaba en el corazón y me hacía desear más. Hasta que un día… bueno, sucedió algo que nunca preví.
Porque yo sólo deseaba quitarle la fe, ¿entiende? Mi plan no iba más allá de ver cómo su alma se marchitaba y quedaba tan negra y devastada como la mía. Pero entonces comencé a percibirlo. Dije anteriormente que nunca lo preví, y es cierto, pero también debí haberlo imaginado, porque son cosas que suceden a diario. Y es que el mal… el mal ejerce una influencia poderosa sobre la gente bondadosa, pero débil. Y eso fue lo que le ocurrió a la pobre Luciana. Ella comenzó, lenta pero inevitablemente, a enamorarse de mí.
Creo que fue ahí donde debí interrumpir el proceso de corrupción. Hacerme a un lado antes de que fuera demasiado tarde. Pero es que Luciana era tan débil, tan dulce, tan tentadora… No pude resistirme. Fingí que su amor se correspondía, y durante los primeros días de diciembre del año anterior decidimos casarnos.
Demás está decir que la verdadera pesadilla de Luciana comenzó allí. Yo, incapaz ya de contenerme, investido en mi papel de marido contenedor y omnipotente, me dediqué a humillarla, de todas las maneras posibles. Ella resistió con verdadero estoicismo y me ofreció la mejilla siempre que pudo, pero era evidente que yo estaba acabando con ella. Enflaqueció de manera notoria y su piel se volvió traslúcida, como la de una medusa. Dejó de rezar por las noches y lentamente, casi en forma imperceptible, fue entregándose a mi paciente oscuridad.
¿Le dije que los Testigos de Jehová son cerrados y fanáticos? Son tan cerrados que discutir con ellos es como discutir con un muro de piedra… Pero a veces también reaccionan. Supongo que lo hacen cuando ya no tienen remedio… una especie de último y desesperado recurso.
Aún me pregunto de qué parte de su ser Luciana sacó las fuerzas necesarias para alzarse ante mí y darme aquel veneno en la comida. Eso fue hace cuatro días atrás… ¿o cinco? No importa. Lo que importa es que yo me comí ese veneno disfrazado. Desde la primera hasta la última miga. Y los retorcijones empezaron a la noche. Mi cuerpo se dobló en dos y expulsó una sorprendente cantidad de sangre. Pedí ayuda a Luciana, pero ella se había hincado para rezar, quizá por última vez. Sentí que me faltaba la respiración y entonces… bueno, ahora estoy aquí, ¿no?
-¿Qué pasó con Luciana?
-No lo sé.
-¿Cómo no lo sabe? ¿Cómo puede no saberlo?
-¿Usted cree en la efectividad del Sacramento de la Reconciliación, Padre? Es decir, si yo realmente me arrepiento de mis pecados, ¿mi alma estará a salvo del Infierno?
-Veo que ahora sí cree en Dios.
-No respondió a mi pregunta. ¿Lo cree, o no?
-Claro que lo creo. De lo contrario, no estaría aquí, escuchándolo.
-Se supone que usted debe otorgarme una penitencia, y luego la absolución, ¿verdad?
-Exacto. Pero de nada sirve si usted no realiza la contrición, el arrepentimiento real del alma.
-Créame que estoy totalmente arrepentido de lo que hecho, Padre.
-Yo le diría que rece el padrenuestro. Durante todo el día, cada vez que tenga un rato libre. Que lo haga durante una semana, un mes, un año si es necesario. Y pida perdón a Luciana por todo lo que ha hecho. Si logra hacer esto desde su corazón, entonces logrará acercarse a la misericordia de Dios. -Lo haré, Padre, juro que lo haré.
-Yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
-Amén. Gracias, Padre.
-Ve con Dios, hijo. Y no olvides lo que te dije.
-No, Padre.
El Padre volvió a mirar a través de la celosía. El tipo seguía allí, arrodillado. Su cabeza seguía gacha y las manos en la misma posición que antes. ¿Y no había algo que salía de su cabeza? ¿Algo parecido al humo?
-¿Hijo? ¿Sucede algo malo? Ya puedes retirarte si quieres.
-No funciona.
-¿Qué cosa no funciona?
-La absolución. Vienen a buscarme.
-¿Quiénes?
-Aquellos que moran en el sitio de donde escapé.
-¿El sit… ¿De qué sitio estás habland…
El tipo de repente alzó la cabeza. Su boca se encontraba abierta, y de ella salía humo y fuego. Sus ojos eran dos círculos oscuros enmarcados por lágrimas de sangre. Alzó un brazo en dirección al Padre y comenzó a temblar y a sacudirse. Su cuerpo se dobló hacia atrás y se sintió el crujido de las vértebras al superar el ángulo de torsión permitido por la naturaleza. El hombre comenzó a gritar.
-El veneno funcionó… Estoy muerto, Padre. Escapé del Infierno para tratar de salvar mi alma con la confesión, pero no funciona… ¡No funciona! ¿Por qué no funciona? ¿Por qué no funciona?
Las luces del recinto sagrado se apagaron. Comenzó a escucharse una risa… la risa más enloquecida que el Padre había escuchado jamás. Y gruñidos. Y voces que susurraban obscenidades en la completa oscuridad. El Padre salió del confesionario y entonces sintió que unas manos le rozaban la mejilla, jugaban con su sotana, fingían apretarle el cuello. Se hizo atrás de un salto y las velas del altar se encendieron con un chispazo. En la penumbra del atrio, vio que unas sombras deformadas se movían entre los bancos del púlpito. Y alguien que gritaba y trataba de escapar. Con manos temblorosas el Padre apretó el rosario y preguntó quién se encontraba allí: unas voces le respondieron con aullidos y risas burlonas.
-¡No se atrevan a irrumpir en la Casa de Dios!- vociferó el Padre apretando aún más el rosario-. ¡No se atrevan…
Las luces volvieron a encenderse.
En la iglesia no había nadie.
Nadie a excepción del sacerdote, que temblando se acercó al lugar donde el pecador había intentado su desesperada Reconciliación.
Tampoco allí halló a nadie, a excepción de una marca de fuego, perfectamente cilíndrica, que parecía haber carcomido la madera del piso y se adentraba hacia una profunda, imposible oscuridad.
Autor: Mauro Croche
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