lunes, 11 de mayo de 2015
El origen de los monstruos bajo la cama - Artículos
lunes, mayo 11, 2015
estebanlc_rock
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Si bien existen muchos sitios donde podríamos ubicar a nuestros propios monstruos, hay uno que se destaca, por hábito o logística.
La idea, que rápidamente se vuelve certeza en la mente infantil, de que hay algo horrible debajo de la cama, es un miedo que todos hemos experimentado; en algunos casos con ligeras discrepancias, por ejemplo, desplazando ese "algo" a un rincón de la habitación o dentro de un armario.
Vistos en retrospectiva, estos miedos parecen absolutamente irracionales, sin embargo, no lo son; y para enfrentarse a ellos, o a para ayudar a un niño a enfrentarlos, se requiere una enorme dosis de sensibilidad y paciencia.
Los seres humanos somos criaturas que encontramos seguridad en los hábitos, algo que en la infancia se vueve imprescindible para el desarrollo. Todo lo que perturbe o altere los sonidos y objetos habituales del reducido universo de la infancia puede precipitar al niño a un estado de pánico.
De nada sirve la lógica de los padres para tranquilizar estos brotes de miedo. No importa cuántas veces se enciendan las luces del cuarto, cuántas veces se le enseñe que no hay nada debajo de la cama, apenas retorne la oscuridad el niño SABRÁ que algo lo acecha sigilosamente.
¿Por qué?
La razón es muy simple, aunque pocas personas se tomen el trabajo de entenderlo desde el punto de vista de los más pequeños.
Los niños conocen perfectamente su entorno, pero no comprenden exáctamente lo que ocurre allí. En este contexto, la última frontera de la infancia es la oscuridad.
La única experiencia que los más pequeños tienen con respecto a la oscuridad es, a lo sumo, alguna expedición al baño en horas de la noche o los lánguidos minutos que se suceden justo antes de dormir.
El resto, es decir, LO QUE OCURRE EN LA OSCURIDAD es para ellos un verdadero misterio.
¿Y por qué no habría de serlo?
Los objetos se modifican en la oscuridad. Los muñecos con los que jugaba durante el día pueden tornarse aterradores, con fijos y brillantes ojos que perforan las sombras; los sonidos ya no pueden ubicarse con facilidad ni asignárseles un origen claro y reconfortante.
En cierta forma, para la mente infantil la oscuridad es una zona de vacío.
Y solo hay una cosa que puede hacerse con el vacío.
Llenarlo.
De este modo el universo de la infancia se puebla con criaturas y seres espeluznantes que aguardan la oscuridad para manifestarse.
Los casi imperceptibles chasquidos de la madera que se dilata en la noche suenan como uñas autónomas que rascan insistentemente; entes que se arrastran, mudos y sonrientes; el viento que se demora en las ventanas o silba bajo los umbrales trae promesas de un horror vago, incierto, pero con un destinatario ya predestinado por la deshonesta incomprensión de los adultos.
El miedo es algo que debemos respetar, pero aún más a quienes deben enfrentarlo todas las noches antes de dormir.
Escrito por (Aelfwine) Sebastián Beringheli para el "Espejo Gótico".
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