lunes, 21 de octubre de 2013
Tratado sobre los vampiros (por Dom Agustin Calmet) (2da Parte) - Artículos
lunes, octubre 21, 2013
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Artículo creado por Jose Luis Pereyra
En el “Dictionnarie Philosophique” (1764), Voltaire se permitía llamar la atención acerca de la calamidad que en pleno siglo de las Luces se había desatado, la creencia acerca de los vampiros. Y atribuía mucha de la culpa de esta epidemia al ilustre benedictino de la congregación de S. Vannes y de San Hidulfo, el abate de Senone, el reverendo padre Dom Augustin Calmet.
En 1746, Calmet se permitió publicar un largo tratado, la “Dissertation sur les apparitions des esprits et sur les vampires et revenants”, texto que podemos traducir como el Tratado acerca de las apariciones de espíritus y acerca de los vampiros y revinientes, en dos volúmenes. El libro logró un amplio éxito.
El Tratado del padre Calmet en su parte dedicada a los vampiros, no deja de prescindir de los espectros y apariciones; mas puede aseverarse que es el primer estudio amplio respecto a los vampiros en Europa.
En el texto de Voltaire al que hacíamos referencia, se comentaba un hecho curioso, que muestra el interés del filósofo por erradicar una creencia “que provenía de la Grecia cristiana”. Traduzco parte de la argumentación:
“Después de algún tiempo, los cristianos del rito griego imaginan que los cuerpos de los cristianos del rito latino enterrados en Grecia no se pudren, porque están excomulgados. Lo cual es precisamente lo contrario por parte de nosotros, los cristianos del rito latino. Creemos que los cuerpos que no se corrompen están marcados por el sello de la beatitud eterna…
“Los griegos están persuadidos que esos muertos hacen sortilegios, los llaman brucolacas o vrucolacas, dependiendo como pronuncian las letras del alfabeto. Estos muertos griegos van a las casas para chupar la sangre de los niños, comer la sopa de los padres y madres, beber su vino y romper todos los muebles. Sólo se pueden matar quemándolos cuando los atrapan. Pero debe metérseles al fugo tras haberles arrancado el corazón, que se quema aparte”.
La principal queja de Voltaire, resumamos, es la facilidad con que se comunican la superstición, el fanatismo, los sortilegios y los cuentos de revinientes. Mas agrega un dato de interés: sólo se oyó hablar de vampiros y no de broculacas en Europa a partir de 1730.
Calmet advierte en su opúsculo que el término vampiro proviene de upyr, que significa en lengua eslava “sanguijuela”. Y advierte que es el nombre que se les da en las regiones de Moravia, Polonia, Hungría y Silesia, principalmente, a los revinientes.
Asimismo, los lectores de Calmet coinciden en subrayar el interés del tratadista por hacer un análisis de las circunstancias que favorecían el origen de las supersticiones en Europa y las diversas narraciones alrededor del tema, para contrarrestarlas al modo de los grandes disertadores; sin embargo, su trabajo fue un excelente compendio de las leyendas que él deseaba desterrar, aunque prevalecieron.
Veamos algunas de las más notables. Una de las más antiguas inspira ciertamente el opúsculo de Calmet cuando refiere que Charles Ferdinand de Schertz escribió e imprimió en Olmuz –en 1706– un pequeño trabajo intitulado Magia póstuma, dedicada al príncipe Carlos de Lorena, obispo de Olmuz y Osnabruch.
Relevante de la historia contada por Charles Ferdinand de Schertz –conforme al tratado de Calmet– es el siguiente episodio:
Había muerto en un pueblo una mujer. Se le habían administrado los sacramentos y se le enterró en el cementerio de manera ordinaria. Mas pasados cuatro días del suceso, los habitantes del lugar escucharon un gran ruido y un extraordinario tumulto, “y vieron un espectro que se aparecía, tanto bajo forma de perro como bajo forma de hombre, no a una persona sino a varias, a las que causaba grandes dolores, apretándoles la garganta y comprimiéndoles el estómago hasta sofocarlas; casi les rompía el cuerpo, y los reducía a una extrema debilidad, de suerte que se los veía pálidos, flacos y extenuados.”
El remedio contra estos revinientes era el método explicado por Voltaire: el fuego. Aunque en una narración posterior, atribuida al Conde de Cabreras en 1730 se notifica de un segundo procedimiento: cortar la cabeza. Pero tenemos uno más parecido al método adoptado por la literatura procede de la misma época, 1730, cuando un comisario hizo desenterrar a un reviniente y ordenó que con un clavo de gran tamaño le atravesasen las sienes y lo volvieran a enterrar en su tumba.
Cita Calmet el libro del Marqués d’Argens: las Cartas judías referentes a 1738 y alude a la carta 137 donde se menciona una epidemia de vampirismo ocurrida en Kisilova, aldea próxima a Belgrado, donde se solicitó la presencia de dos oficiales y un verdugo para erradicarla. Se abren las tumbas, y “cuando se llegó a la del anciano, lo encontraron con los ojos abiertos, de color bermeja, la respiración natural, aunque inmóvil como muerto; de lo que se concluyó que era un vampiro señalado. El verdugo le atravesó el corazón con una estaca, se hizo una hoguera, y redujeron el cadáver en cenizas.”
Por lo general, las historias de vampiros que cita Calmet deben atribuirse a una publicación o a algún personaje ilustre. Sin embargo las referencias históricas que permitieran una adecuada interpretación de las anécdotas pocas veces ocurren: o bien ha muerto el narrador o contador, o las referencias a los pueblos y personas que involucra la historia son imprecisos.
Esto no ocurre con Arnold Paul, heiduque de Medreïga en Hungría, quien fuera aplastado por un carro de heno cerca de 1729. Al mes de su muerte hubo cuatro fallecimientos súbitos, que debieron atribuirse al vampiro. En este caso fue sencillo identificar que el culpable era Arnold Paul, quien alguna vez había relatado que en una época de su vida había sido atormentado por un vampiro turco cerca de Cassova, en las lindes de la Servia turca.
Arnold Paul confió en la receta de que para curarse del hostigamiento de un vampiro debe comerse la tierra de su sepulcro y frotarse con su sangre. Y ahora él era un vampiro activo. Por ello la autoridad del lugar hizo que clavaran su corazón con una estaca, y se le oyó dar un espantoso grito. Luego, cortaron su cabeza y quemaron el cuerpo. Se hizo lo mismo con aquellos que Arnold Paul había atormentado.
Basten estas citas para subrayar la minuciosa colección de ejemplos que integran el trabajo de Calmet, donde se concentran ciertamente la mayor parte los comentarios y referencias de la primera mitad de su siglo respecto a las historias de vampiros.
Volver a la primera parte.
Fuente: http://www.revistainfotigre.com.ar
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