martes, 30 de enero de 2018

Encuentros con los Black Eyed Kids por Viciente Fuentes - Videos de terror y misterio



Vicente Fuentes comenta nuevos casos ocurridos en los últimos años que contemplan el enigma de los encuentros con niños de ojos totalmente negros. Sus preguntas, los sentimientos y miedos que crean en los testigos y las extrañas circunstancias que rodean sus apariciones serán los protagonistas una vez más del programa.



¿Sabías que el fenómeno de los avistamientos de estos extraños niños sigue produciéndose?

El caso ocurrido en Vermont recientemente es impresionante y expone una inusitada relación con otros casos de avistamientos ocurridos en el mundo con otros extraños individuos...

En este programa viviremos lo que les pasó a un matrimonio norteamericano que tuvo un encuentro con estas entidades en su propia casa. Las mismas crearon una situación de tensión desconcertante que jamás habían vivido.



jueves, 25 de enero de 2018

La Pascualita (video por Julian Cavalero) - Leyendas urbanas y videos de terror



Una de las leyendas más extraordinarias tiene lugar en una tienda de vestidos de novia en Chihuahua (México), donde desde hace décadas un maniquí del aparador es objeto de múltiples relatos de corte sobrenatural.

Le llaman “La Pascualita”, y basta con mirarla un rato para descubrir que sus rasgos y detalles son escalofriantemente reales: La expresión de sus ojos, las líneas de sus manos, la forma de las uñas, el pelo insertado en su cuero cabelludo, o su tez de apariencia humana son algunos de estos elementos desconcertantes que le han dado fama a este enigmático maniquí.

La historia se remonta al 25 de marzo de 1930, fecha en la que Pascualita Esparza Perales de Pérez, dueña de la tienda de vestidos “La Popular”, colocó en el aparador un extraño maniquí que de inmediato llamó la atención de los clientes y los transeúntes debido a su belleza.

La señora Esparza la llamó “La Chonita”, pues decía que el maniquí le había llegado procedente de Francia un 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción.

Por su porte y figura, “La Chonita” fue considerada por décadas la novia más bonita de Chihuahua y alrededor de ella comenzaron a tejerse varios mitos. El más escalofriante hace referencia a una hija de doña Pascualita Esparza que falleció el día de su boda después de ser picada por un alacrán que se había escondido en su tiara. Consternada, su mamá la embalsamó y la colocó como maniquí en el escaparate, para así tenerla siempre junto a ella.

Aunque este relato podría parecer fantasioso, lo cierto es que Doña Pascualita Esparza nunca desmintió el rumor. Tras su muerte en 1967, la tienda tuvo nuevos dueños pero el maniquí se mantuvo en el local, ante el beneplácito de la sociedad que ya se había acostumbrado a su presencia y dejó de llamarla “Chonita” para ahora ser nombrada popularmente como “La Pascualita”.

Actualmente la historia sigue viva. Por años se han acumulado relatos de quienes aseguran que la han visto moverse, llorar o cambiar su expresión. Su presencia a muchos les desconcierta pues se sienten seguidos por la mirada; de hecho, no son pocos quienes prefieren cambiarse a la acera de enfrente con tal de no pasar junto a ella.

Aún así, este maniquí también trae buena suerte, o eso piensan varias novias que acuden a la tienda en busca de un vestido para contraer nupcias e inmediatamente piden el que ese día trae La Pascualita. Según cuentan, varias generaciones han aplicado esta fórmula y han tenido suerte en sus matrimonios.




Fuente de información: www.sopitas.com
Video extraído del canal de yotube: Julian Cavalero

miércoles, 24 de enero de 2018

Sr. Bocón (Mr. Widemouth) - Historias de terror



Durante mi infancia, mi familia era como una gota de agua en un río vasto, nunca permaneciendo en una misma locación por mucho. Nos asentamos en Rhode Island cuando tenía ocho años, y ahí nos quedamos hasta que fui a la universidad en Colorado Springs. La mayoría de mis recuerdos están arraigados a Rhode Island, pero hay fragmentos en el ático de mi cerebro que pertenecen a los varios hogares en los que vivimos cuando era mucho menor.

Gran parte de estas memorias son vagas y sin sentido —perseguir a otro niño en el patio de una casa de Carolina del Norte, tratar de construir una balsa para flotar en el lago detrás del apartamento que rentamos en Pensilvania, etc—. Pero hay un repertorio de memorias cristalinas, como si las hubiese experimentado hace solo una temporada. Con frecuencia, me preguntaba si estos recuerdos eran simplemente sueños lúcidos causados por la enfermedad prolongada que contraje en primavera. Sin embargo, en lo profundo de mi corazón, sé que son reales.

Vivíamos en una casa afuera de la metrópolis desbordante de New Vineyard, Maine. Era una estructura grande, en especial para una familia de tres integrantes. Incluso hubo varias habitaciones que nunca me molesté en revisar durante los cinco meses que residimos ahí. Por donde se lo mirara, era una pérdida de espacio. De todas formas era el único domicilio a la venta en aquel momento, al menos que quedara a una hora de viaje de donde mi papá trabajaba.

Transcurrido mi quinto cumpleaños (al que solo atendieron mis padres), caí en cama enfermo por fiebre. El doctor dijo que era mononucleosis, lo que significaba que no podía sobreesforzarme y que la fiebre se quedaría conmigo por tres semanas más. La necesidad de estar encamado no pudo ser más inconveniente, puesto que estábamos en el proceso de empacar nuestras cosas para mudarnos a Pensilvania y la mayoría de mis posesiones ya habían sido confinadas a cajas, dejando mi habitación desértica. Mi mamá me traía ginger ale y libros varias veces al día. El aburrimiento siempre acechaba desde el otro lado de la esquina, queriendo asomar su desagradable rostro y martillar sobre mi miseria.

No recuerdo precisamente cómo conocí a Mr. Widemouth (Señor Bocón). Creo que fue alrededor de la semana en la que me dieron el diagnóstico. Mi primera memoria de la pequeña criatura fue preguntarle si tenía nombre. Me dijo que lo llamara Mr. Widemouth, porque su boca era larga. De hecho, todo en él era grande en comparación a su cuerpo, su cabeza, sus ojos, sus orejas curvadas, pero su boca era, por mucho, lo más prominente.

Te ves como un Furby —le dije en tanto él se sumergía en uno de mis libros.

Mr. Widemouth se detuvo y me lanzó una mirada de confusión.

¿Furby? ¿Qué es un Furby? —preguntó.

Me encogí de hombros.

Ya sabes, el juguete. El robot pequeño de orejas grandes. Lo puedes acariciar y alimentarlo, casi como si fuera una mascota.

Ah.

Mr. Widemouth retomó su actividad, para luego decir:

No necesitas uno de esos. No son iguales a tener un amigo de verdad.

Recuerdo que Mr. Widemouth desaparecía cada vez que mi mamá se pasaba para ver qué tal seguía. «Me escondo debajo de tu cama —me aclaró después—. No quiero que tus padres me vean, porque temo que no nos permitirán seguir jugando».

No hicimos mucho durante los primeros días. Mr. Widemouth solo ojeaba mis libros, fascinado por las historias y las imágenes que contenían. A la tercera o cuarta mañana luego de haberlo conocido, me saludó con una gran sonrisa en su rostro.

Tengo un juego nuevo. Aunque debemos esperar hasta luego de que tu mamá termine de revisarte como lo hace todas las noches, porque ella no nos debe ver jugar. Es secreto.

Después de que mi madre me trajera más libros y soda a la hora usual, Mr. Widemouth se deslizó de debajo de mi cama y me tomó de la mano.

Tenemos que ir a la habitación al final de este pasillo.

Me opuse al comienzo, dado que mis padres me habían prohibido abandonar la cama sin su permiso; pero Mr. Widemouth persistió hasta que desistí.

El cuarto en cuestión no tenía ningún mueble o papel tapiz. Su única característica distintiva era una ventana en el lado opuesto a la entrada. Mr. Widemouth corrió por la habitación y abrió la ventana con animosidad. Luego me alentó a ver hacia el terreno debajo.

Estábamos en el segundo piso de la casa, pero ahora nos ubicábamos en una colina, y desde ese ángulo la caída era mucho más precipitada debido a la inclinación.

Me gusta fantasear aquí —explicó Mr. Widemouth—. Pretender que hay un trampolín grande y acolchonado bajo la ventana, y saltar. Si fantaseas con esmero, rebotas hasta acá como una pluma. Quiero que lo intentes.

Yo era un niño de cinco años con fiebre, así que solo una pizca de escepticismo atravesó mis pensamientos en tanto miraba hacia abajo y consideraba la posibilidad.

Es una gran caída —le dije.

Pero eso es parte de la diversión. No sería entretenido si solo fuera una caída corta. Si fuera así, mejor saltas en un trampolín real.

Jugué con la idea, imaginándome mientras buceaba entre la delicadeza del aire, solo para rebotar devuelta hacia la ventana en algo que era invisible para el ojo humano. Pero el realismo prevaleció.

Quizá en alguna otra ocasión —concluí—. No sé si tengo suficiente imaginación. Me podría lastimar.

Apenas por un instante, el rostro de Mr. Widemouth se contorsionó en un semblante de desaprobación. Y el enojo dio lugar a la decepción.

Si tú lo dices —me contestó.

Pasó el resto del día bajo la cama, tan callado como un ratón.

La mañana siguiente, Mr. Widemouth llegó sosteniendo una caja.

Quiero enseñarte a hacer malabares —me dijo—. Aquí hay unas cosas que podemos usar para practicar antes de que comience con las lecciones.

Miré la caja. Estaba llena de cuchillos.

¡Mis padres me van a matar! —le grité, aterrorizado de contemplar esos elementos filosos en mi habitación, objetos que mis padres nunca me permitirían tocar—. ¡Me van a nalguear y castigar por un año!

Mr. Widemouth frunció el ceño.

Es divertido hacer malabares con estos. Quiero que tú lo intentes.

Empujé la caja lejos de mí.

No puedo. Me meterá en problemas. Los cuchillos no se tiran al aire.

El ceño de Mr. Widemouth se acentuó. Agarró la caja y se deslizó bajo mi cama, permaneciendo ahí por el resto del día. Me comencé a preguntar qué tan a menudo estaba debajo de mí.

Tuve problemas para dormir luego de aquello. Mr. Widemouth me despertaba por las noches con frecuencia, diciéndome que había puesto un trampolín real en la caída de la ventana, uno grande, uno que no podría ver por la noche. Siempre lo ignoré y traté de volver a dormir, pero Mr. Widemouth insistía. Más de una vez se quedó despierto a mi lado hasta temprano por la mañana alentándome a saltar.

Ya no era divertido jugar con él.

Una mañana mi mamá me dio permiso para caminar afuera. Pensó que el aire fresco me caería bien, especialmente luego de estar confinado a mi habitación por tanto tiempo. Eufórico, me puse mis zapatillas y troté hacia el porche, añorando la sensación del sol en mi rostro.

Mr. Widemouth me estaba esperando.

Tengo algo que quiero que veas —me dijo. Debí de haberle respondido con una miraba reticente, porque luego acotó—: Es seguro, te lo prometo.

Lo acompañé por el inicio de un sendero que se extendía desde el bosque tras la casa.

Este es un camino importante —me explicó—. He tenido muchos amigos de tu edad. Cuando están listos, los llevo por este sendero hacia un lugar especial. Tú no estás listo aún, pero un día espero poder llevarte.

Regresé a casa preguntándome qué clase de lugar yacía más allá del camino.

Dos semanas después de que conocí a Mr. Widemouth, la última carga de nuestras cosas había sido empacada en un camión de mudanza. Yo iría en la cabina del camión, sentado junto a mi padre, durante el largo viaje hacia Pensilvania. Consideré decirle a Mr. Widemouth que me marcharía, pero incluso a los cinco años de edad comenzaba a sospechar que las intenciones de la criatura no tenían en mente mi bienestar, a pesar de que él estipulara lo contrario. Por esta razón, decidí mantener mi partida en secreto.

Mi papá y yo estábamos en el camión a las cuatro de la madrugada. Él esperaba llegar a Pensilvania por la tarde del día siguiente con la ayuda de suministros infinitos de café y bebidas energéticas. Parecía más un hombre que estaba por correr en un maratón que uno que estaba a punto de pasar dos días sentado.

¿Suficientemente temprano para ti? —me preguntó.

Yo asentí y coloqué mi cabeza contra la ventana, esperando dormir antes de que el sol saliera.

Abrí mis ojos en tanto nos colocábamos en la carretera. Vi la silueta de Mr. Widemouth en la ventana de mi cuarto, parado y sin moverse hasta que el camión avanzó por la carretera principal. Entonces se despidió lastimeramente con una mano. No le devolví el gesto.

Regresé a New Vineyard luego de varios años. La parcela de tierra sobre la que se alzaba nuestro hogar ahora estaba vacía, excepto por los cimientos, dado que la casa sucumbió a un incendio años después de que nos mudamos.

Por curiosidad, seguí el camino que Mr. Widemouth me enseñó en el bosque. Una parte de mí esperaba que apareciera por detrás y me sacara un buen susto, pero sentí que se había ido, como si estuviera atado de alguna forma a la casa que ya no existía.

El camino terminó en un cementerio de New Vineyard. Noté que muchas de las lápidas pertenecían a niños.


Fuente: Escrito por perfectcircle35. Extraído de www.creepypasta.org traducida por Tubbiefox (Administración de Creepypastas.com)

miércoles, 17 de enero de 2018

El caso de Brian Bethel (encuentro con los Black Eyed Kids) (por Julian Cavalero) - Videos de terror



El 16 de enero de 1998, en Texas EEUU: el periodista norteamericano Brian Bethel documentaría en una página web dedicada a sucesos paranormales, la primera experiencia con un Black Eyed Kid.

jueves, 11 de enero de 2018

La Bruja de la Granja Bell - Videos de terror



La Granja Bell, ubicada en un apartado paraje de Tennessee, en los Estados Unidos, tiene como insignia principal una historia que a muchos ha intrigado a través de los siglos. Una criatura que al día de hoy es conocida como La Bruja de Bell, cometió terribles actos a principios del siglo XIX.

miércoles, 10 de enero de 2018

Descifran la “carta del Diablo”, un mensaje cifrado escrito por una monja del siglo XVII



La leyenda de María Crocifissa della Concezione comenzó a mediados del siglo XVII, mientras se hallaba en el convento de Palma di Montechiaro en Sicilia. Fue un día de 1676 cuando (atendiendo a lo que se narra en «La Estampa») la religiosa -de 31 años- despertó en su habitación cubierta de tinta. Al parecer, se percató entonces de que había escrito con sus propias manos varias cartas ilegibles.

A partir de ese momento, la monja explicó a sus compañeras del convento benedictino que había sido poseída por Satanás y que este la había obligado a escribir unas misivas heréticas. Cartas que, según decía, pretendían poner a prueba su fe en Dios.

Sus compañeras le creyeron, y desde entonces, expusieron las mencionadas epístolas (de las cuales únicamente se conserva una) en el convento.

En palabras del diario «Daily Mail» -el cual se ha hecho eco también de la noticia- la «carta del diablo» (como empezó a ser conocida) se ha intentado decodificar durante siglos sin éxito. De esta forma, su contenido ha pasado a la historia por ser un misterio que se ha mantenido vivo durante más de 300 años.

En la actualidad un grupo de investigadores del Ludum Science Centre afirma haber descifrado 15 líneas de la única carta que sobrevivió en el tiempo. Para ello explican haber recurrido a un software de criptógrafos alojado en la Deep Web.

Según ha declarado el investigador, Daniele Abate:

"Todo está ahí en la Dark Web: drogas, prostitución, pedofilia, y también los programas utilizados por los servicios de inteligencia para descifrar mensajes secretos, como el que usamos. Configuramos el software con el griego antiguo, el árabe, el alfabeto rúnico y el latín para decodificar parte de la carta."

En cuanto al contenido, se describe la relación entre seres humanos, Dios y Satanás de una forma desordenada e inconsistente. Se delata la decadencia de la religión y la corrupción del sistema. Se define a la Santísima Trinidad como un lastre y se señala que Dios fue inventado por el ser humano. También, en la misma, la hermana María animaba a Dios a abandonar al hombre y dejarlo en las garras del diablo.

Según dicen algunas líneas en el texto:

"Dios piensa que puede liberar a los mortales, pero este sistema no funciona para nadie. Dios, Jesús y el Espíritu Santo están muertos".

A día de hoy, Abate es partidario de desechar la teoría de la posesión satánica. Por el contrario, cree que la monja padecía algún tipo de desorden bipolar -o esquizofrenia- que la llevó a escribir la famosa «carta del diablo» sin darse cuenta.

Por cierto, Abete también ha revelado que desde que publicó los hallazgos varias sectas satánicas han estado interesadas en contactarle.


FUENTE: www.abc.es (13/09/2017) y es.gizmodo.com

 
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