martes, 25 de octubre de 2016

Relámpago - Historias de terror



Acabábamos de mudarnos a una pequeña casa rústica en los suburbios. Era una residencia encantadora: ambiente tranquilo, vecinos agradables, vallas de palets. Baste decir que este sería un nuevo comienzo para mí, un padre soltero con su hijo de tres años viviendo felizmente en una agradable vivienda. El momento para dejar atrás el drama y estrés del año pasado.

Tomé la tormenta como una metáfora para este nuevo comienzo: un último espectáculo teatral antes de que la mugre y suciedad fueran arrasadas. A mi hijo le encantó, incluso aun cuando se fue la luz. Era la primera gran tormenta que había visto. Destellos de relámpagos iluminaban los cuartos semidesocupados de la casa, dándole sombras largas y tornando espeluznantes a las cajas de mudanza. Él saltaba en su lugar y gritaba a la par de los truenos que retumbaban. No se dispuso ir a dormir hasta altas horas de la noche.

La mañana siguiente lo encontré despierto en su cama, sonriente.

¡Vi los relámpagos en mi ventana! —anunció orgullosamente.

Unos días más tarde, volvió a mencionarlo.

No seas bobo —le dije—. No llovió anoche, ¡solo estabas soñando!

Ah… —Se le veía en cierta forma desalentado. Revolví su cabello y le dije que no se preocupara, que debería haber otra tormenta pronto.

Luego se convirtió en un patrón. Me diría cómo vio los relámpagos fuera de su ventana al menos dos veces a la semana, a pesar de que no cayera ni una sola gota. Tal vez sean sueños recurrentes de esa primera y memorable tormenta, pensé.

En retrospectiva es fácil odiarme. Todos me aseguran que no hubo nada que pudiera hacer, ninguna forma de poder saberlo. Pero se supone que debo ser el guardián de mi hijo, y esas palabras de consuelo son inútiles para mí.

Frecuentemente revivo esa mañana: haciéndome un café, vertiendo leche en mi cereal y recogiendo el periódico para leer acerca del pedófilo local que las autoridades acababan de arrestar. Era material de primera plana. Aparentemente el criminal escogía una víctima joven al azar (por lo común un varón), merodeaba su casa por un tiempo y tomaba fotografías de él por la ventana mientras dormía. A veces iba más lejos, como era de suponer.
Mi estómago se contrajo mientras asimilaba y unía todos los hilos de la historia.

En aquel momento, era apenas algo salido de la imaginación de un niño. Sinceramente es la cosa más aterradora que he leído.

Alrededor de una semana antes de que el predador fuera capturado, mi hijo se me acercó en su pijama.

Adivina qué —me preguntó.

¿Qué? respondí

¡No hay más relámpagos en mi ventana!

Decidí seguirle la corriente.

Ah, qué bien. De vuelta a la normalidad, ¿eh?

¡No, ahora están en mi armario! contestó rápidamente.

Aún tengo que ver las fotografías que la policía ha recuperado.

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