martes, 18 de octubre de 2016

Obedezca las señales - Historias de terror y Creepypastas



Ocasionalmente tengo que conducir entre mi lugar de residencia en Nebraska y varios lugares de Illinois donde viven varios miembros de mi familia. Si alguna vez has hecho este viaje, sabrás que hay grandes extensiones desiertas en el camino. Iowa es conocido como el “estado del maíz” por una buena razón. Y quizá, si has seguido por la misma ruta que yo, podrás darle algún tipo de crédito a estos sucesos sobrenaturales que experimenté en carne propia.

Mi padre se encontraba en una situación complicada. Hacía tiempo que luchaba contra una enfermedad y según los médicos no le restaba mucho tiempo de vida, así que era mi obligación estar presente. Fue así como me encontré a mí mismo en un viaje a media noche cruzando el estado de Iowa, algo que siempre procuré evitar. Había visto suficientes ciervos muertos a las orillas de la interestatal como para saber que tienen la mala costumbre de saltar en el momento menos oportuno. Por eso iba atento a los lados del camino, asegurándome de tomar todas las precauciones, pues dudaba que el parabrisas de mi hatchback resistiera el impacto contra un ciervo.

Tras dos horas de camino, noté que era el único vehículo sobre la carretera, no podía ver ni un solo destello de luz atrás o adelante de la ruta. No tenía idea de cuánto tiempo llevaba así pero, por decir lo menos, me resultaba un poco inquietante. Aunque lo consideré algo plausible, dado que era un día entre semana por la noche. Una vez que encontré la lógica en esa situación tan extraña, percibí otra rápidamente. Una señal de límite de velocidad aproximándose. Generalmente, estas señales limitan al conductor a los 80 o 110 km/h, pero esta no.

LÍMITE DE VELOCIDAD: NINGUNO.

MÍNIMA: 160 km/h

Cómo lo habría hecho cualquiera, pensé que aquello debía ser una broma y seguí adelante con la misma velocidad. Pero fue imposible no ponerme un poco nervioso. No había visto ningún otro automóvil y ya habían pasado alrededor de 10 minutos. No era algo imposible, pero tampoco quería que pasara en ese preciso instante. Deseaba ver otro automóvil conducido a una velocidad aceptable (o no aceptable, ya no importaba) en el otro carril. Dejé de pensar en ello cuando apareció otra señal.

SIGUIENTE SALIDA: LA QUE NECESITES.

Aquella señal parecía perfectamente creíble. Empecé a analizar mi ubicación en la ruta y vagamente recordé una salida cercana… pero, ¿quién escribiría cosas de ese tipo? Me resultó extremadamente inquietante. Tomé el teléfono para detener la música, así poder concentrarme mejor en lo que estaba sucediendo, pues otra señal se aproximaba. Era de un color naranja brillante y me preguntaba cómo se me había podido pasar antes.

SIGUIENTE SALIDA CERRADA.

Una parte de mi estaba realmente agradecida de no tener que elegir entre tomar la salida o seguir en el camino. Casi sentí un alivio tangible, como si me hubieran quitado un peso enorme de los hombros. “¿Qué está pasando?”, eso es lo único en lo que podía pensar y… “¿Por qué no he visto ningún otro auto aún?”. Traté de alejar esas ideas de mi mente mientras otra señal de límite de velocidad aparecía en mi campo visual. Era la misma que había visto al principio. Tomé la decisión de obedecer y aceleré, pero pronto noté lo cansado que estaba.
Conducir durante la noche en el medio de la nada no es una buena idea, reflexioné, especialmente después de un duro día de trabajo. Honestamente estaba pensando en tirar la toalla, buscar un lugar donde estacionarme y pernoctar ahí, hasta que vi otra señal.

NO SE DETENGA POR NINGÚN MOTIVO
LOS SIGUIENTES -blanco- KILÓMETROS.

En ese instante empecé a sentir los primeros síntomas del auténtico miedo. El cansancio se esfumó y la descarga de adrenalina me hizo pisar el acelerador a fondo. Jamás había visto una señal como esa en todos mis viajes, era imposible ignorarla. ¿De qué forma alguien indicaría algo como eso? No, definitivamente eran falsas, pero las tomé como un sólido consejo.

En ese punto corría a toda velocidad por la interestatal. No tenía idea de dónde me encontraba. No sabía cuánto tiempo había transcurrido… mi reloj funcionaba a la perfección, pero no podía recordar durante cuánto tiempo había estado conduciendo, o por dónde había pasado hacía 5 minutos. Y así seguí conduciendo durante lo que me pareció una eternidad, tratando de apartar la vista de las señales, pero no podía… y las cosas no hicieron más que empeorar.

SIGUIENTE SALIDA: LA QUE TÚ QUIERAS.

“¿Quién haría estas estúpidas señales?…”

DESPACIO, NIÑOS JUGANDO.

“¿En la interestatal?” Empecé a entrar en pánico…

ALTO.

“No”, pensé o tal vez grité.

ALTO.

ALTO.

ALTO.

ALTO.

Noté que la música estaba demasiado alta y… ¿cómo llegó esa canción a mí playlist?

En ocasiones sentía como si… como si alguien me estuviera vigilando.

Entonces recordé que había apagado la música… llevé la vista de la carretera al teléfono, y de mi teléfono al espejo retrovisor. Y allí, encogiéndose a medida que me alejaba, estaba la silueta de un hombre con los brazos extremadamente largos y orificios donde debería haber un par de ojos. Lo observé hasta que no pude más, hasta que desapareció en el retrovisor. Entonces puse los ojos de nuevo en el camino.

Y se encontraron con una mujer gritando, siendo atropellada por mi auto.

El parabrisas atrapó un poco de sangre, aunque todo su cuerpo desapareció por debajo. El auto rebotó de forma violenta, peor que cualquier golpe que hubiera experimentado antes. Estaba temblando, en verdadero shock mientras quitaba el pie del acelerador. Pensando en regresar, y si hubiera pisado el freno, dudo que hubiera tenido la posibilidad de contarles esto. Allí, al lado de la carretera, había otra señal, una de las muchas a las que debo mi vida.

NO FRENES.

Cuando hundí el pie en el acelerador, volví a ver por el espejo retrovisor. Cuando se dio cuenta que no me iba a detener, reveló su farsa. Se levantó del suelo como si alguien, desde arriba, tirara de unas cuerdas. Se quedó allí, mirando, igual que el anterior. Cuando retiré la mirada para concentrarme nuevamente en el camino, ya no sucedió lo peor. Afortunadamente no había otro peatón gritando frente al auto. No retrocedí el pie del acelerador durante un buen rato.

La siguiente señal de límite de velocidad con la que me encontré parecía normal. Pero no aminoré la marcha hasta que vi la segunda, en ese momento supe que estaba a salvo. ¿Por qué? Después de la primera señal normal me encontré con una gran señal de color naranja brillante. Un alivio se apoderó de mí cuando la leí, y casi se me escapan las lágrimas de alegría. Aquellas cuatro palabras escritas en esa señal se quedarán conmigo para siempre.

FIN.
MANEJE CON PRECAUCIÓN.


FUENTE: Texto de ethret, traducido y adaptado por Marcianosmx.com

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