lunes, 17 de octubre de 2016

El perfil psicológico del Joker: ¿un loco como cualquier otro? - Articulos



Nota del administrador: Lo que leerán a continuación es un análisis exhaustivo y complejo. No es apto para el usuario promedio ya que contiene lenguaje técnico y datos complementarios que a mi parecer podrían carecer de importancia para el público general pero que, sin embargo, ayudan en el desarrollo y entendimiento de los puntos importantes del artículo. Como resultado de ello podrás comprender profundamente la psicología del Guason (The Joker) uno de los villanos más famosos en el mundo de los comics.


El perfil psicológico del Joker: ¿un loco como cualquier otro?

El tema de la locura ha sido analizado a través de la historia por un sinfín de psicoanalistas, psiquiatras, neurólogos, filósofos, novelistas y hasta directores de cine. Pareciera que el loco, entendido como un anormal, como aquella persona que no se adapta a los esquemas canónicos de pensamiento o acto, termina siendo un tema fascinante para cualquier análisis social o del individuo. Pero, ¿por qué la locura es tan interesante? Probablemente, por su intrínseco carácter de anomalía, que la torna riquísima como tema de análisis. O también, porque los grandes analistas de la locura han tenido un poco de la misma en su interior. Es “anormal” analizar a los locos, juntarse con ellos, buscar sus pistas y descifrar sus porqués. Y, ¿qué es un loco sino acaso, un anormal? Hay que ser anormal para estudiar al loco. Si bien no todo psiquiatra está loco, sí debe meterse en la mente del loco, ponerse los zapatos del loco. Si simplemente lo reprime o ataca, sin entenderlo, no podrá curarlo. Y es medular para la psiquiatría y para la psicología, como ciencias, “curar al loco” para poder legitimarse. ¿Qué sentido habría en estudiar al loco si no es para buscar su cura? Vaya pérdida de tiempo que sería andar detrás de los locos sin poder garantizar que un día dejarán de serlo, o que a través de su estudio, “se puede evitar que otros, sanos, se vuelvan locos”.

Llegamos a un punto interesante. ¿Cómo se cura el loco? Haciéndolo normal, o de menos, “haciéndolo parecer normal”, que es lo más espeluznante. No importa si el loco ha dejado de serlo o no, basta con que no externe su locura, con que no se deje ver loco. Lo que ocurra en y con su mente, no importa. Nos basta con lo que nos digan sus actos. A nivel perlocutivo e ilocutivo puede ser loco si quiere. Podría vestirse extraño o no ser una persona coherente, podría tener mal humor o consumir drogas, todo eso podría resultar “aceptable”. Lo que sí resultaría inadmisible, sería que el loco atentara contra su sociedad, que mostrara abiertamente su anormalidad al atacar la normalidad del “otro”. Es decir, que sea loco a nivel locutivo. Esta es a grandes rasgos, la premisa de Foucault (historiador de las ideas, psicólogo, teórico social y filósofo francés) en Vigilar y castigar: historia de la prisión (1978). En este ensayo sobre la locura y la forma en la que se le reprime, Foucault establece que prisiones y manicomios no son en sí, instrumentos para la curación de los anormales, sino simplemente medios de aislacionismo para la protección de los normales. La idea de la represión viene entonces del discurso de que el loco debe ser un paria (persona que pertenece a la clase social inferior). No hay forma en que un loco y un normal puedan convivir. El loco acabará haciendo al normal otro loco, un anormal. ¿Por qué las fuerzas especiales de Gótica andan tras el Joker? No se debe precisamente a que se vista extraño, sea sucio, tenga malos modales y actúe de forma anómala. Todos esos actos perlocutivos de su locura, que lo hacen anormal y lo exentan de encajar con los normales, no ameritarían una represión, más allá de “pequeños castigos” que lo condujeran, tarde o temprano, a normalizarse. No podría entrar a un restaurante vestido como payaso ni acceder a un edificio público sin ser criticado. Tal vez ninguna novia le gustaría besar a un hombre tan sucio. Son estos “pequeños castigos” los que lo harían “normalizarse” y punto final. Pero, ¿por qué la cárcel?, ¿por qué atrapar al Joker? Porque es “peligroso”. Porque “daña” a la sociedad. Mata, es un criminal, infringe la ley. Entonces, ¿cuándo el anormal deja de ser un “anormal inofensivo” y pasa a ser un “criminal”?, ¿cuál es la diferencia entre un hombre con complejo de payaso y el Joker, que se ha vuelto un “anormal ofensivo”?

De la Anormalidad a la criminalidad

De 1975 a 1977, Michel Foucault impartió en el Collége de France, en París, un curso de psiquiatría sobre la anormalidad (Les anormales, 1977). Durante los sesenta, Foucault había sido severamente criticado por lo que le denominaban su “defensa de los locos”, ya que él argumentaba que el loco posee un problema de discurso, y no precisamente una falla neurológica o un “trauma”, propiamente dichos. La niñez y el subconsciente, según Foucault, son parte sustancial en la formación de un loco, pero la sociedad, sus discursos y la forma en la que éstos sean impuestos al individuo, también tienen responsabilidad en la articulación de “nuevos locos”. Por ende, hay sociedades y discursos sociales que pueden crear locos, o bien, hay individuos que llegan a un punto de descontento social o de una contraposición de su discurso personal –subconsciente- con el externo, articulado por la misma sociedad, que se vuelven automáticamente anormales. Los postulados de Foucault son, a grandes rasgos:

a) El loco es peligroso. Como veremos adelante, hay distintos grados de anormalidad. Mientras el loco no llegue a la monstruosidad, no es propiamente un loco, sino un “individuo anormal” que bien puede cooptarse a la sociedad a través de la “normalización”, o ser ignorado por los normales.

b) Todo loco es aquél que lo ha perdido todo, menos la razón. En su discurso, el loco es coherente, lógico y cabal. Tiende a pensar que fuera de lo que él siente, ve, vive y afronta –sea producto de su imaginación o no, eso es aparte-, hay incoherencia, porque él es coherente dentro de sí.
c) El loco es el que guarda una gran verdad, una verdad que a la sociedad no le gusta, y que por eso la reprime. El loco no puede reprimir esa verdad y por eso, actúa. El loco vive “algo” o ve “algo” que lo enloquece. Lo hace delirar, lo vuelve iracundo, lo torna represivo. En pocas palabras, cambia su vida, su actitud y su discurso. La “verdad” del loco, aquello que le ha tocado vivir o ver, se relaciona con una falla del discurso “funcional” de la modernidad, que establece el progreso, el bienestar y la perfección –la postmodernidad es tal vez, la noción social de que este discurso ha fallado-.

Generalmente, el loco ha sido víctima del abuso sexual, de la violencia física, del abuso verbal, del chantaje, de la impunidad. Factores que no “deberían” ser parte de la sociedad, que la sociedad en su discurso “armónico”, no asimila. Por ende, la sociedad no pretende ayudar al loco a superar su “verdad”, no escucha su “verdad”, y es más fácil callarlo. Sólo callando a los locos la sociedad seguirá siendo perfecta y funcional. Sólo así la legitimidad de su discurso prevalecerá. Por ende, la represión al loco se debe a la inconveniencia de su verdad. El loco, incapaz de externar esa “verdad incómoda”, amenaza a la sociedad que lo reprime y que es además, la gran culpable de lo que le ha tocado vivir, de que tenga una “verdad” qué callar. Por eso, el loco se vuelve criminal, por el afán de externar lo que ha vivido, de no callarse.

d) Hay tres grados de anormalidad: el incorrecto, el masturbador y el criminal. El primero, es aquel extraño ante los ojos de los normales pero que no es dañino, el segundo, aquél que guarda pensamientos de atentado social o en contra del discurso establecido, pero que los reprime, siendo aparentemente normal, y el tercero, el que piensa en contra de la sociedad y atenta contra su seguridad.

Relacionemos los puntos de Foucault con el Joker para poder determinar si se trata de un “anormal” o no, y de qué tipo. Primeramente (a), el Joker sí es un loco, porque es peligroso para el discurso de Gótica, que le ofrece seguridad a sus ciudadanos. El Joker busca ante todo, la destrucción de la ciudad y de sus habitantes, que son los que, según su discurso personal “lo han convertido en lo que es”. Manteniendo una idea muy parecida a las tesis de Rousseau en su Contrato Social, para el Joker, todo individuo es corrompido por la sociedad en la que vive. Por ende, si la sociedad no es “funcional” tal y como la conocemos, hay que destruirla. El Joker está consciente de que una “reforma” o una “revolución social” no serían suficientes. La sociedad, corrupta, malagradecida y decadente, siempre será imperfecta, porque hallará su camino, no importando aún las reformas, hacia el malfuncionamiento.

La solución está en la destrucción. Harvey Dent, con su discurso de “reformar y luchar por Gótica”, puede jugar el papel de un revolucionario. Batman, con su idea de justicia social, puede también ser un reformador. Pero no el Joker. Él es un destructor que, de paso, se divierte destruyendo. Ríe mientras asesina, le fascinan las explosiones y se goza en ver el sufrimiento humano cuando tortura a sus víctimas. No puede negarse su carácter de criminal, y que desde el punto de la vista de la ética, esto “está mal”, ya que el asesinato o la destrucción son injustificables. Por lo tanto, tampoco puede negarse que es un peligro para cualquier entorno social “pacífico”. Una sociedad “organizada” no puede “mantener un loco entre sus filas”.

Al respecto de que el loco sea quien haya perdido todo, menos la razón (b), Foucault no pudo haber sido más acertado. El Joker es el ejemplo ideal del “loco racional”. Aparentemente, el Joker es impulsivo, no razona y es peligroso por su espontaneidad, porque “no se sabe lo que hará”.
Sin embargo, tal vez el Joker sea más frío y calculador que la mayoría de los “normales” en Gótica. Todo lo que hace el Joker tiene un propósito, un discurso implícito. Los actos criminales del Joker no son espontáneos, como no lo es su maquillaje ni frases. Cómo lo veremos más adelante en un análisis riguroso de esta “filosofía de acción” (su discurso personal), el Joker como “alter ego” es el producto de una cadena de razonamientos lógicos que se suceden de la siguiente forma:
A) Premisa inicial: La sociedad está al borde de su corrupción (…es una porquería).
B) Premisa fundamental: Ningún discurso social es válido ni legítimo. Todos son incongruentes. Vivimos una sociedad de mentiras, de máscaras.
C) Motivo de acción: Debo destruir a la sociedad si es que deseo atacar la ambivalencia de sus discursos. Además, destruirla es divertido, ja, ja, já –diría el Joker-.
D) Acción: Usaré una metáfora para la destrucción social, la del payaso (punto que abordaremos más adelante).

En la “razón” del Joker, el entorno social está plagado de maldad y, por mucho que el ser humano se proponga ser bueno, caerá tarde o temprano en el acto malo, a través de la imitación de lo que ve y de un “irreprensible deseo de maldad”. Éste es otro de los puntos medulares que el Joker defiende, la proclividad natural de los seres humanos hacia la corrupción, que se acelera en un proceso de vida social-ciudadana (civitas) y urbana (urbanitas). Como Hobbes o Maquiavelo, el Joker cree que el ser humano es malo por naturaleza, pero no porque sea “malo” en un sentido moral, sino porque antes de hombre, es animal, y como todo animal, pretenderá conservarse a sí mismo antes de pensar en preservar la vida de los demás. Para el Joker, el interés es el principal motor del hombre. Si los criminales persiguen un interés –volverse millonarios, por ejemplo- y le enfocan todos sus actos y ánimos, no son por ende “malos” sino un ser humano como cualquier otro, cuyos intereses en particular afectan a la sociedad civil. Al Joker le repudian, tanto los criminales “convencionales” que actúan por un interés material o político, como la sociedad civil, que egoístamente también persigue sus propios intereses sin voltear a ver a los “marginados”, como lo ha sido el mismo Joker, que declara haber tenido una niñez disfuncional y haber sido víctima de la violencia. Cuando el Joker les paga a unos hampones después de un desembarco existe una montaña de dinero (el pago). Joker prende fuego a la misma y dice: “¿Creen que yo hago las cosas por dinero? Qué terrible.” En pocas palabras, el Joker está en contra de “todos los bandos”, de la policía, del crimen organizado y de los civiles, porque en su noción de “sociedad sistemática” –el complejo que integra los tres grupos-, todos son iguales: egoístas y movidos por el interés.

En la película se puede notar concretamente la aversión que el Joker siente tanto por criminales como por civiles y policías. Cuando ésta comienza (con el robo a un banco de la ciudad), pensamos que el Joker es un ladrón como cualquier otro que, a diferencia de la mayoría, sólo se viste de payaso y usa máscaras de payasos para sus secuaces. Sin embargo, un detalle nos inquieta durante el robo de la secuencia inicial: conforme el grupo de “payasos” va aproximándose a la caja fuerte del banco a robar, los secuaces van asesinándose entre sí, dejando solo al Joker en el acto. Descubrimos a los pocos minutos del ingreso al banco, que no se trata exactamente de un robo –aunque sí, el Joker se quede con todo el dinero del motín-, sino más bien, de un experimento social al más puro “estilo Joker”. Es una forma de demostrar que el ser humano es movido por el interés y que como todo animal, irracional e instintivo, termina haciendo “lo que sea” en la consecución de este interés. ¿Por qué los secuaces se asesinan entre sí? Muy sencillo: El Joker debió haberles dicho por separado e individualmente, que matando a sus compañeros de proeza compartiría exclusivamente con ellos el motín. Obviamente todos cayeron en la trampa. Unos fueron matando a otros hasta que el Joker asesinó al último.

Aunque nos cueste aceptarlo, el robo del banco nos muestra sólo una cosa: el Joker es un genio. Independientemente de que su “performance” o experimentación involucre asesinatos y destrucción de edificios, no se puede negar la capacidad racional del Joker ni su carácter de “científico social”. Cada crimen posee el objetivo de demostrar su tesis, de confundir a la sociedad y de sacar lo más vil de los seres humanos. Sin embargo, el Joker no es Foucault ni Roland Barthes. Él sabe que de ser un “científico social” convencional, que escriba sus tesis de corrupción social o dé clases en una universidad, no podría generar el particular “efecto Joker”. Un impacto a gran escala que, de paso, por su demencia, lo divierte. Más adelante veremos cómo independientemente de loco, el Joker es un demente (que no es lo mismo), debido a su desequilibrio emocional personal, estrictamente psicosomático y no racional.

Para poder parecer “racional”, el Joker debe agremiarse a un círculo social inevitablemente. De no ser así sería una especie de ermitaño delirante. Por eso, el Joker se dice criminal y actúa como tal. Sabemos que no es propiamente un criminal, ya que su interés no es el dinero ni la destrucción terrorista por una causa de grupo, sino la “experimentación social” por la experimentación misma. Sin embargo, los criminales son buenas “herramientas” para lograr lo que quiere, porque tienen en común con él, el ánimo de destruir a la sociedad, aunque sea por motivos diferentes (el dinero o la presión a las instituciones para que cumplan sus demandas). Ahora que, si el Joker quiere usar deliberadamente a los criminales de Gótica para sus experimentos sociales, debe erigirse como el “líder de los criminales” de la ciudad. ¿Cómo es que el Joker se empodera en el círculo criminal? Podemos verlo específicamente en una secuencia de la película de Nolan. El Joker tiene una reunión con la crema y nata de la criminalidad de Gótica. Cuando llega a la junta, vestido de payaso y maltrecho, la mayoría lo toma como inofensivo. “¿Quién es este loco?”, dicen. Sin embargo, al poco tiempo comienzan a respetarlo. En su muy particular estilo, Joker dice “haré para ustedes, un truco de magia” colocando un lápiz en posición vertical, sobre una mesa que se encontraba frente a él. Después, toma por sorpresa a uno de los criminales y azota su cráneo contra la mesa, enterrando el lápiz en su frente. Aún los más temibles criminales se sorprenden de la espontaneidad con la que el Joker asesina. Se notan estupefactos por su completa “inhumanidad”. Vale la pena detenernos en este punto para mencionar un aspecto que más adelante abordaremos a fondo: el “performance”. No es que Joker sea en sumo cruel –que sí lo es-, lo que lo hace “respetable”, sino su capacidad de “reírse” de sus propias fechorías. Es un fantoche sádico. Trasgrede el nivel de la rudeza para pasar al del lunatismo. No carga con culpa, pero tampoco con amargura. Él, como ya hemos establecido antes, “sólo quiere divertirse”, y para lograrlo, “ridiculiza” a la sociedad en la que vive, hace de su contexto un circo. No le mostró respeto a los criminales, no se mostró temeroso, ni amedrentado por su prestigio, historial o armas. Él llegó y riéndose, asesinó a uno de ellos desfachatadamente.

Posteriormente, el Joker les plantea un trato: una recompensa a aquél que asesine a Batman. “Digamos que, quiero que eliminen al murciélago”, dice.
Notaremos posteriormente que el Joker quiere hacer con los criminales de la junta, lo mismo que hizo con sus secuaces del robo del banco. Planea motivar a una competencia entre ellos en la que se vayan eliminando por selección natural, movidos por su propio interés económico. Mientras, el Joker se deshará de su principal problema, Batman, y podrá seguir “experimentando” con la sociedad a su antojo. Tal vez la prometida “recompensa” no existe, porque como sabemos, el Joker es un traidor. Como odia a todo y a todos, no tiene amigos ni lealtad con ningún individuo o grupo. Se sabe perfectamente independiente. Pero, ¿por qué al Joker no le gusta la gente?, ¿por qué no admira ni mucho menos respeta, a nadie? Debido a que su propia genialidad, ese “racionalismo” extremo y actitud “crítica” y cartesiana permanentes, lo han convertido en una especie de “superhombre” que considera inferiores a sus semejantes. Podemos concluir entonces, que el Joker es presa de un “delirio de grandeza”; posee una egolatría desmedida. Esto va a terminar cuando el Joker se enfrente con su perfecto némesis: Batman, a quien odia y sin embargo respeta. Al finalizar la película de Nolan nos damos cuenta de que Batman y el Joker son más parecidos de lo que pretendían ser. Ambos son “metáforas” de lo extraordinario –el payaso es ridículo y el murciélago es temible-, y los dos poseen una permanente actitud crítica de la sociedad. Sin embargo, el Joker parte de la destrucción y Batman de la “resignación”. Para Batman la sociedad no es mala ni egoísta, simplemente está confundida y es débil, tiende a seguir a un “protector” y ése es su gran problema. Así, el Joker y Batman personifican el eterno debate sobre la “naturaleza humana”, prevaleciente desde Platón (el idealismo) y Aristóteles (el pragmatismo).

Habiendo establecido que el Joker es un ser perfectamente racional y con una “ideología” propia (su discurso), podemos pasar a debatir si posee una verdad mitigada por la sociedad (punto c de Foucault), o no. El Joker sí posee una “verdad oculta” que lo convierte en su propio “alter ego”. Si este personaje es un anormal es porque “algo pasó” que lo dotó de este carácter. Sin embargo, no sabemos cuál es esa verdad, ya que el personaje decide mantenernos en suspenso. Nos ha dicho muchas cosas que no sabemos si son verdad o no: que tenía una esposa que lo orilló a desfigurar su rostro, o que su padre lo violentaba de niño. Sin embargo, algo es innegable: las cicatrices del Joker y sus ademanes nerviosos, su postura encorvada y su mirada turbada, no son elementos espontáneos. Todos estos factores se hacen presentes porque existió “algo” que los originó, no sabemos a certeza qué. Aunque una cosa sí sabemos: la sociedad, al menos según el Joker, es en parte culpable de lo que él ha sufrido. De ahí su odio por la sociedad misma y su deseo de venganza, su afán de castigo a los individuos que integran la sociedad indistintamente, y su permanente crítica social. Si la sociedad es “hipócrita” y disfuncional para el Joker es porque no pudo salvarlo, porque ni siquiera los discursos sociales –religiosos, morales, políticos- sirvieron en su momento, para salvarlo. Vemos un ejemplo cuando Joker irrumpe en una fiesta y mira a Alfred, el mayordomo de Batman fijamente, y le dice: “Se parece tanto a mi padre, yo odio tanto a mi padre”.

Foucault establece, por otra parte, que las “verdades terribles” de los anormales siempre pretenden ser mitigadas por la misma sociedad que las ha motivado, debido a que a ciertos grupos de ésta, los dominantes, no les conviene que “esta verdad se sepa”. No sabemos la “verdad” del Joker, pero tal vez entendiendo que ésta existe, podemos entender porqué el personaje se abroga el carácter de “desmitificador” de la sociedad. La “verdad” del Joker debe ser una cosa horrible. Pudo haber sido abusado por un criminal y desfigurado, pudo haber sido víctima de maltrato familiar, tal vez su propio desequilibrio –esquizofrenia, por ejemplo- o adicción a alguna droga, lo llevaron a desfigurarse en medio de un tormento indescriptible. Quién sabe. Pero algo sí es innegable: todas las “verdades” que no deberían saberse, son en parte exteriorizadas y además, ridiculizadas, por el Joker. Él se burla de la policía porque el discurso de ésta es “servir y proteger”, y sin embargo no lo hace. Se burla de los criminales porque aún siendo “los malos”, son impresionables y patéticos, “siguiendo como ratas una recompensa” (dice el personaje). Se burla de Batman porque es el “gran defensor de la sociedad” y porque es, sin embargo, un “patético tipo vestido de murciélago”. Y se burla de él mismo porque sabe que en el fondo no es nadie, sino “un individuo más”, que a pesar de sus crímenes no detendrá a los órganos de poder.

Ante el punto final propuesto por Foucault (d) sobre los tres grados de anormalidad (el incorrecto, el masturbador y el criminal), podemos destacar que el Joker posee características específicas de cada una de las clasificaciones foucaultianas. El incorrecto es, según Foucault, aquél cuyos modales, vestimenta, jerga o pensamiento, no concuerdan con el entorno social ni con su discurso. El Joker es un incorrecto porque se viste como un payaso, escupe en la calle y “viola” las reglas de comportamiento social en distintos entornos. Como veremos a posteriori, irrumpe en una fiesta y se comporta como un patán, maneja un tráiler desenfrenadamente en un estacionamiento y destruye un banco. Sin duda, esto no es “correcto” socialmente. La segunda categoría, el masturbador, habla de aquél que reprime ciertos deseos o que se detiene de llevar a cabo fantasías personales. El Joker a simple vista no es un masturbador. ¿Cómo podría serlo acaso un hombre que parece hacer lo que se le pega la gana sin respetar códigos ni establecimientos? Sin embargo, debemos hacernos una pregunta: ¿por qué no sabemos la verdad sobre quién es el Joker?, ¿por qué se oculta detrás del maquillaje? Porque tiene un poco de masturbador, por extrovertido que parezca. No desea que se sepa quién es en realidad, ni porqué es el Joker. Solamente, es el Joker y punto. Tal vez en el fondo no sea agresivo sino depresivo, probablemente estuvo enamorado alguna vez… quién sabe. Todo eso es tema vetado: está reprimido.

Finalmente, nos queda sólo determinar si el Joker es un criminal, tercera característica de Foucault sobre el loco. Creo que, hablando como hablaría el Joker, nos quedaría decir: “… ay, por favor, ¿todavía necesitamos más pruebas que el banco, el asesinato del criminal con un lápiz, lo del tráiler y las múltiples torturas?... ¡Debe de ser una broma!”.

El loco en la postmodernidad: del ogro al monstruo asesino

Hace poco charlábamos con la Maestra Isabel Chávez Zamora, quien trabajo en un hospital psiquiátrico en la unidad de psicóticos, sobre el Joker, conmocionados sobre su particular caso. Le preguntamos qué pensaba del payaso y nos dijo: “es un psicótico, como muchos en esta postmodernidad”. Chávez nos contaba que en su tesis de licenciatura para obtener el título de psicóloga, desarrolló un tema que le quedaba como anillo al dedo a mi análisis del Joker: cómo en la postmodernidad, el neurótico ha pasado a ser un psicótico.

Busqué el libro que Zamora usó para su tesis, La psiquiatría y el poder, del ya referido Foucault. Nos encontramos con una premisa apasionante, que no podemos dejar pasar en este trabajo. Según Foucault, el loco de la “modernidad” era un neurótico, mientras que el loco de la “postmodernidad”, es un psicótico. Los discursos sociales de la era moderna (desde el siglo XVIII hasta mediados de 1950, circa) eran tan legítimos, dominantes y verticales –creados por órganos de poder, supremos e intransigentes, como la iglesia o los monarcas y dictadores- que el ser humano difícilmente podía transgredirlos. Por miedo a la represión –cárcel, muerte- el hombre no llegaba al punto de ser un criminal, sino que se quedaba en ser un incorrecto o un masturbador. Se volvía, entonces, un “neurótico”. Sufría de migrañas, estrés, depresión y mal carácter. Gritaba a sus hijos y esposa, manejaba como un cafre… pero jamás llegaba al punto del crimen. Se manejaba en el plano mental, ideático, no pasaba a lo material, a lo pragmático. ¿Qué pasa en la postmodernidad? Que los discursos hegemónicos están tan trivializados y son tan fácilmente criticados, que se vuelven ilegítimos. Los órganos de poder suavizan su represión y por fin, se abre la puerta a la “venganza de los neuróticos”. Los que antes no soñaban con conseguir un arma la compran en el mercado negro. Los que anhelaban volar edificios, usan el Internet para saber cómo hacer una bomba casera. Los neuróticos pasan a ser psicóticos. Los depravados ahora son violadores, los violentos ahora son asesinos y los que antes éramos, simplemente mal encarados o “enojones”, nos volvemos neuróticos debido a la violencia en la que vivimos.

El Joker es un psicótico porque no le basta con la neurosis para “exteriorizar” su discurso. De ser un payaso que gritara por las calles “la sociedad es un asco”, nadie le haría caso. Debe ser un criminal para volverse respetable. Le debe al “performance” que las instituciones de poder lo tomen en serio, le tengan miedo y lo persigan. Digamos que, le debe su “poder social” a la psicosis. Por ende, es feliz asesinando y estallando edificios porque es éste, su medio para autorrealizarse. Como cualquier psicótico postmoderno, el Joker hace cosas impensables por vías impensables. Podríamos decir que simplemente es una “caricaturización” del hombre que violó 13 años a su hija en Ámsterdam en un ático, del que estalló las torres gemelas chocando con un avión o de los soldados de Abu Grahib, en Irak, que obligaron a sus rehenes desnudos a actuar como perros. Aberraciones, verdaderas aberraciones todas. El Joker es el arquetipo ideal de cualquier psicópata postmoderno.

El elogio de la locura: el Joker como loco y demente

Vale la pena cerrar esta parte del análisis con una comparación entre el Joker y una lectura de uno de los clásicos de la locura que leímos recientemente. Se trata de Erasmo de Rotterdam y su Elogio de la locura, que destaca que la locura es la Moira griega y la Estulticia latina, porque reparte de bienes a los criminales que la poseen; que es Minerva porque dota de sabiduría a quien la abraza y que es estoica, porque es hedonista. El Joker es un loco… qué más pruebas necesitamos. Se queda con todo el dinero de los robos, además de usar los mismos como experimento social, es un genio que bien podría ser denominado “científico social” y un perfecto hedonista, porque vive para divertirse y –aparentemente- jamás reprimirse. Sin embargo, además de loco a nivel pragmático (Foucault), el Joker es también un demente, un desequilibrado (Erasmo).

En el ensayo de Erasmo se destaca que “el loco más que loco es demente. Puede ser que un loco sea sólo un reformador, un soñador, pero el demente es el falto de mente, el que en momentos específicos no antepone la razón a la acción, el que se deja llevar enteramente por sus pasiones, por su deseo.” El Joker no sólo es un ser racional, sino que en ocasiones es demencialmente pasional. Sin contradecirnos con lo que antes hemos establecido, podemos destacar que el Joker no es un completo irracional, ya que posee un manifiesto personal de acción y un discurso concreto, pero en ocasiones, se sale de control y se vuelve irracional a ratos. Un demente. Podemos notar esto en el hecho de que el Joker asesine. Si su afán es el simple “experimento social”, sus “performances” no tendrían porqué terminar en el asesinato. Bastaría con un “he comprobado mi hipótesis, ahora, mi víctima puede ser libre”. Pero no, el Joker debe matar, como todo demente. Si bien humilla a sus víctimas o las tortura, lo puede hacer con la razón, pero la puñalada final, la risa que se desprende de placer, son demenciales. Es el sosiego de la ira contenida, de la sed de venganza. El Joker es loco, pero también es demente.

El discurso del Joker y su “performance”: “¿Por qué tan serio?”

¿De qué te ries, hombre?

Durante las partes anteriores del análisis pudimos construir ya, cuál es el discurso del Joker. Sabemos que odia la sociedad en la que vive, Gótica, y que se ha propuesto destruirla. Conocemos su pensamiento sobre la naturaleza humana, que es egoísta y que únicamente mueve al hombre por la consecución de un interés. Conocemos asimismo, su deseo de venganza por una “verdad” que, si bien desconocemos, la sabemos terrible, y que nuestro personaje analizado es un ególatra, ya que se siente superior a los seres “convencionales” por avergonzarlos y por develar su hipocresía –la anteposición de las apariencias a los verdaderos actos egoístas-. Sabemos que el Joker no está de ningún bando –ni policías, ni civiles, ni criminales- y que sólo quiere divertirse...Es hora de ver cómo es que el Joker hace para elaborar su “gran truco”, para “exteriorizar” ese discurso a través de prácticas concretas.

La metáfora del payaso y la construcción del mito

“Antes del Joker, sólo recuerdo dos casos de payasos que violan el discurso tradicional del payaso”, le dice Eloy a Yuliana (o sea, nosotros) mientras escriben juntos su trabajo de análisis. “Está el caso del Riggoleto, que es el payaso que llora y está el de It, que es una novela de Stephen King que después hicieron película. Se trata de un payaso asesino, de un monstruo que se vestía de payaso para comerse a los niños de un pueblo”. Yuliana destacó que hay muchos más casos: un payaso en la banda de hardcore “Slipknot” que parece un payaso diabólico, un payaso luchador que tiene en su máscara, una sonrisa malévola, y que incluso debe haber casos innombrables de payasos pederastas. Está el payaso de Spawn, que es un diablo-payaso. En fin, la metáfora está desgastada, pero en el caso del Joker es, una vez más, evidente. El Joker es el payaso que no es divertido, que resulta malo y soez. Es “el payaso que no es un payaso”, porque aunque “se parece a un payaso”, no tiene las marcas sintácticas del payaso, sobretodo en el tratamiento estético que Nolan le da al Joker en El caballero de la noche. Resulta ser más oscuro y perturbado que el Joker original de los años cincuenta. Su maquillaje está deslavado y corrido, enfatizando las sombras de los ojos y las cicatrices que rodean su boca, que lo dotan de una sonrisa macabra. Su cabello, permanentemente mojado y caído, parece asemejarlo más a una estrella del metal o del punk que a un payaso, que usa peinados ridículos y alborotados.

Estéticamente hablando, la vestimenta del payaso-Joker constituye en si misma, un acto perlocutivo que quiere decir “no soy convencional porque me visto así, no congenio con la vestimenta tradicional de Gótica, pero además, soy temible por mi rostro desfigurado, enfatizado por el maquillaje”. Podríamos bien comparar el payaso-Joker con los “droogos” de la Naranja Mecánica de Kubrick o con las contraculturas urbanas. Usan su vestimenta para hacerse notar y para denotar su manifiesto personal –“yo soy oscuro, yo soy pacífico, yo soy “plástico” o “me gusta que noten que soy pudiente”; marcas denotativas-. El lenguaje corporal del Joker es también, una forma de denotar su discurso. Se arquea para atemorizar a su víctima, para verla fijamente a los ojos, usa una navaja muy pequeña y siempre la acompaña de una historia, como lo veremos más adelante.

El Joker, por otra parte, no solo es estrafalario por un afán de ser “no convencional” o “incorrecto”, sino para que al distinguirse del resto de los habitantes de Gótica, pueda volverse famoso. Batman, a diferencia del Joker, no desea ser famoso sino “hacer lo que debe hacer”. Opera de noche y pasa aparentemente desapercibido. El Joker, en cambio, es una “gran estrella”. Sus “performances” deben ser comentados y de preferencia, odiados por la mayoría. Debe ser el que ocupa las primeras planas y dejar su huella en cada acto: una carta de póker en la que se muestra la figura de un Comodín, o Joker. Una especie de arlequín.
De esta forma, construye un mito del propio Joker. La “persona” que es el Joker –es decir, ese Juan Pérez que se viste de Joker-, deja de ser y llamarse cómo se llama para pasar a adoptar una nueva personalidad, la personalidad de un mito.

El Joker-mito debe guardar cierto enigma para preservar su carácter mítico. Éste es el porqué el Joker jamás cuenta su historia oculta. Un mago no revela sus secretos. Aún así, todos hablan de él, tanto policías como criminales, tanto medios de comunicación como autoridades políticas (léase Harvey Dent). Roland Barthes define un mito como un “arquetipo social que emana de la misma sociedad y que se impone como figura de admiración pública”. Notemos que Barthes jamás dice que un mito debe ser alguien o algo loable o admirable por distinguirse en un sentido moral. Basta con que sea un “icono” distinguible y polémico por la sociedad. El Joker se consagra a través de sus crímenes como un “mito” creando una narrativa de sí mismo. La ciudadanía Gótica lleva un “registro cronológico” de las acciones del Joker, que se complementan a su vez, con aquello que “se dice del Joker” o que el personaje dice de sí mismo. A estos rumores, especulaciones o “textos complementarios”, se les denomina meta narrativa.

Ejemplo de la construcción fundamental del mito “Joker”:

Registro de acciones

-El Joker roba un banco irrumpiendo con cinco individuos. A todos ellos los asesina.
-El Joker se reúne con los criminales más buscados de Ciudad Gótica.
-Se organiza una cena en honor a Harvey Dent y a su candidatura, el Joker irrumpió y amenazó a la prometida de Dent.

Nivel meta narrativo

-“Se dice que usa maquillaje para intimidar, como el maquillaje de la guerra” (secuaz 1).
-“Algunos dicen que es un loco y que por eso lo hace, debe ser por algo más que no se quita el maquillaje, debe tener un objeto secreto” (Teniente James Gordon, jefe policial).
-“¿Quieres saber cómo obtuve estas cicatrices?... Cuando era niño…” (Joker).

Casi en la escena final de la película de Nolan, Joker, colgante de un edificio a través de una ventana rota, le dice a Batman: “tú no tienes las agallas de dejarme caer, ¿verdad? Todavía eres un hombre y estas cosas pasan cuando un hombre pelea contra un objeto, inamovible”. Esta frase ejemplifica a sobremanera la construcción del Joker como mito. Cuando Joker se “mitifica”, deja de ser propiamente humano y se convierte entonces en una estampa, en algo inasible. Los mitos, aunque son personificados por humanos, no son propiamente humanos.

El “performance”…que comience la fiesta…

Mucho hemos hablado de que el Joker “legitima” su discurso a través de sus “performances”, pero, ¿a qué nos referimos con esto? Todo discurso se define como un conjunto de ideas, valores, comportamientos y filosofías, que pretenden acuñar una forma de vida o actuar cotidiano. Éste, no puede cumplir con su carácter persuasivo o con el impacto que pretende generar, si no es a través de un “texto” (el “performance”), que bien puede estar formado por frases, eventos o “actos de habla”. La palabra “performance”, tomada literalmente del inglés, se usa en análisis del discurso por el sociólogo francés Lyotard para definir a aquél acto que legitima el discurso. Cuando un discurso tiene “criterio de performatividad”, quiere decir que no puede ser legítimo a través de la palabra misma, sino por medio del acto material en tiempo y espacio. El discurso del Joker es un “discurso performativo”. No funcionaría si “simplemente lo dijera”, sino que debe “actuar” –vestirse como payaso, asesinar, planear actos terroristas a gran escala- para legitimarlo.

El discurso del Joker se divide en dos partes, la primera conlleva lo que hemos venido explicando, el contenido del discurso, que se forma de lo que el Joker piensa sobre la sociedad y la naturaleza humana; la segunda, el objeto del discurso, es el fin que el Joker persigue. A diferencia de un político, estadista, filósofo o revolucionario, el fin del discurso del Joker no es precisamente la “persuasión a la formación ideológica o al acto”. Todo lo contrario. El Joker desea que sus escuchas –las víctimas, en la mayoría de los casos- sientan aversión a su discurso, lo demeriten y termine por darles asco. Curiosamente, así es como el Joker legitima su discurso, ya que al matar a sus víctimas, comprueba sus hipótesis, las cuales no deben ser comprobables para nadie más que no sea él mismo. Al Joker le basta con saber que “él tiene la razón”, y para esto, debe atemorizar a sus escuchas, quienes al morir le darán la razón de forma implícita: eran débiles, “animales movidos por el interés”… todo lo que Joker pensaba de ellos. “Debían morir, de todas formas eran humanos, todos los humanos mueren.”

Estudiemos un caso específico. El Joker asesina a un criminal en su reunión del crimen organizado. Mientras pretende abrirle el rostro usando la coyuntura lateral de la boca como punto de partida, lo aterroriza contándole una historia, que sirve para crear miedo y rumor (la meta narrativa ya mencionada), sobre cómo siendo niño, Joker era maltratado por su padre. Cuando finalmente mata a este criminal –lo cual no es parte de la película de Nolan a cuadro-, Joker habrá comprobado sus tesis y legitimado su discurso. El criminal era débil, interesado y egoísta… se interesaba sólo por su vida mientras el Joker hendía su navaja en su rostro… ¡Debía morir! El plan del Joker no era precisamente apelar al “convencimiento” o a la comprensión de la víctima, sino más bien, saciar su espíritu crítico para poder, después, decirse: “Sí, Joker, tenías razón… eres tan inteligente, ja, ja, já”.

¿Por qué el “performance” del Joker no sirve para convencer a otros de su discurso, pero sí para convencerse a sí mismo? Porque el discurso del Joker no requiere de ser legítimo para otra persona que no sea él mismo. Esto, genera en él una extraña paradoja: por una parte, es un genio, pero por otra, es ilegítimo a nivel social, y por ende, está solo. La gran derrota de Joker no es a través de su muerte, ya que al final de la película no muere, sino cuando su discurso es plenamente desprestigiado por Batman en una sola frase. Batman le dice al Joker: “… no tienes razón, y es por eso que estarás solo”.

Si el convencimiento del receptor no es el objeto del Joker es porque en su demencia, él es un emisor imperfecto que planea ser emisor-receptor en sí mismo. No respeta a la humanidad, y por ende, la considera “demasiado ínfima como para entender su discurso”. ¿Qué objeto tiene entonces que el Joker haga lo que haga si nadie escuchará, ni se convencerá de sus ideas? Simple diversión. El Joker es tan egocéntrico que se divierte de lo lindo cuando se da cuenta de que, pese a los contra-discursos del entorno que lo rodea, “él termina teniendo la razón”. El objeto real del discurso de Joker es probablemente, motivar a la reflexión de la audiencia de la película de Nolan; decirle “la sociedad se está destruyendo a sí misma, sus discursos son ilegítimos”. Sin embargo, para saber si ése es el verdadero porqué de que el Joker-personaje tenga un discurso articulado por Nolan –que escribe Batman, el caballero de la noche- tendríamos que salirnos de nuestro “mundo Gótica” y entrar “al mundo real” (una especie de nivel meta-meta narrativo), donde Joker ni siquiera es el encodificador de su propio discurso, sino Nolan, cosa que nos llevaría a muchos problemas y que será mejor hacer en otro análisis, no en éste.

Hay dos puntos de inflexión en el discurso del Joker. Dos momentos cruciales en donde el objeto cambia, deja de ser “convencerse de que yo, Joker, tengo razón” y pasa a ser “convencer al otro de que tengo la razón”. Es decir, existen dos momentos en la película en los que el objeto de Joker sí es persuadir a sus escuchas. Esto, toma lugar cuando el Joker se enfrenta a las únicas dos personas (receptores) que respeta y “vuelve dignos” de escuchar du discurso. Se trata de sus dos más grandes enemigos: Harvey Dent y Batman. La oportunidad de convencer a Dent de que la sociedad Gótica es imperfecta y egoísta viene cuando éste se encuentra en el hospital, con el rostro quemado, convaleciente después de que el propio Joker le tendió una trampa que lo llevó a enfrentar un incendio. En este punto, Joker se viste de enfermera para entrar en el cuarto de Dent –“típico” del asesino, usar el sentido del humor hasta en los peores momentos- y poder “convencerlo” de que se pase del bando criminal, de que se percate de que la sociedad es un asco, y de que el Joker mismo, después de todo, tiene razón. Cabe destacar que hasta en esta pretensión de “convencimiento”, Joker está subestimando a Dent, ya que lo pretende mover como pieza de ajedrez. Si Dent se enfurece contra la sociedad terminará abdicando su candidatura a la alcaldía y disolviendo las pretensiones de la policía de reforzarse, lo cual sin duda le conviene al Joker (¿no se comporta acaso Joker como lo que más critica, como un ser vil movido por el interés?).

Dent perdió a su novia, Rachel Dowes, su gran amor, después de que el Joker les tendió una trampa a ambos que terminó con la vida de ella. La policía no ha logrado vencer al Joker, Batman no pudo salvar a Rachel. Todo salió mal. La vida –o el Joker- le quitó todo a Dent, absolutamente todo, menos la razón. ¿No nos parece conocida la frase? Dent se vuelve loco después de la muerte de Dowes. Ésa es la “verdad” que Dent debe cargar y que a la sociedad no le importa: “¡Rachel está muerta… muerta!” Además, el rostro de Dent está quemado. Desfigurado justo a la mitad. La vida le desfiguró el rostro a Dent, la sociedad lo hizo. Ahora Dent y el Joker se parecen más de lo que creían. Han dejado de ser enemigos y han comenzado a “entenderse”: los dos son monstruos, rostros lacerados por la sociedad; los dos son locos.

Joker convence a Dent de decepcionarse “de todo”, mediante un excelente discurso:
Joker: Hola.
Dent: (mascullando) Maldito.
Joker: Te diré algo. No quiero que haya resentimientos[18] entre nosotros, Harvey. Cuando tú y…
Dent: ¡Rachel! (grita).
Joker:… estaban atados, yo estaba en la jaula con la policía. Yo no coloqué esas bombas.
Dent: Fueron tus hombres, tu idea. Tú.
Joker: ¿Sabes lo que soy? Soy como un perro siguiendo autos. Ansioso a ver si los alcanzo. Yo sólo “hago” las cosas, pero todos tienen planes, ideas, la policía tiene planes, tú tienes planes, Gordon (jefe de la policía) tiene un plan. Entiendes… todos son conspiradores que tratan de controlarnos. No pueden ni controlar sus tristes mundos. Yo jamás conspiro. Eso de conspirar es buscar poder, es un intento patético, un intento patético por lo patético de controlar. Así que… cuando te digo que lo de tu novia no fue personal, debes saber que yo te digo la verdad.

El segundo juego de este tipo que el Joker realiza es cuando, derrotado por una ardua pelea, intenta convencer a Batman de que lo mate, para que así, el murciélago externe su rencor. “¿De verdad eres incorruptible, no es cierto?, ¿por qué simplemente no lo haces, es acaso un sentido de la moralidad?”. Batman piensa al final que sencillamente no caerá en el juego, y a diferencia de Harvey Dent, no es “cooptado” por el discurso del Joker. “Hoy la gente te demostró una lección de bondad. No somos como tú”.

Los “juegos” de Joker

Como parte del “performance” general del Joker, a lo largo de la película de Nolan, éste tiende a elaborar juegos en los que, a través de la estrategia, planea demostrar el egoísmo y la futilidad de los seres humanos. Algunos de estas “puestas en escena” que podemos ver a lo largo de la película, son:
- La cena: irrupción en el mundo de los normales. Cuando se ofrece una cena en honor de la campaña de Dent, fiscal de distrito, para acceder a la alcaldía, el Joker irrumpe violentamente en el evento mientras grita y pregunta por Dent, que estaba escondido. La forma en la que se comporta en esta secuencia es clave para entender el discurso del Guasón. Sus modales son soeces, le roba la copa a un anciano, toma un canapé y lo mete de lleno en su boca, saca un rifle y dispara en el techo. Por otra parte, sus frases muestran una clara burla por la hipocresía del mundo aristocrático. “Damas y caballeros, ha llegado el entretenimiento. Aquí estamos. Quiero saber una cosa… ¿Dónde está Harvey Dent?”. Mientras realiza la pregunta mira a los invitados amedrentadoramente, e incluso juega con la cabeza de un pobre hombre asustado. ·
- ¡Sálvala a ella!: Cuando el Joker atrapa a Harvey Dent y a su novia Rachel decide elaborar con ellos un juego. Los coloca en dos cámaras separadas y detona una serie de barriles de combustible conectados a un explosivo, al mismo tiempo. Posteriormente, le dice a la policía que decida a quién debe de salvar. El joker sabe que la policía se inclinará por salvar a Dent, ya que “políticamente” él es más importante para Ciudad Gótica. Dent, por otra parte, grita desde su cautiverio que lo dejen morir a él y que la salven a ella, al escuchar las instrucciones del Joker. Mediante este juego, el Guasón pretende ejemplificar que la policía y el mismo Batman se mueven por intereses pragmáticos y no por compasión. La articulación de este juego está basada en la teoría del costo de oportunidad y remite directamente a un problema económico famoso, el del perro y los bocadillos. Si un perro se le presentan dos bocadillos a la vez, no tomará ninguno por su afán de tenerlos ambos. Para poder “ganar” y no “perder”, debe elegir una opción. El problema es que esa opción involucrará siempre un “costo de oportunidad”, es decir, la opción que no se eligió y se perdió para siempre. El Joker demuestra mediante este “performance” que, no obstante lo que elija el ser humano siempre perderá, debido a que su ambición lo llevará a pensar en lo que no eligió.
- La metáfora de los barcos: En uno de sus más famosos atentados contra los ciudadanos de Gótica, el Joker decide hacer un experimento social. Coloca dos barcos en el muelle de la ciudad, uno repleto de civiles y otro lleno de criminales. Ambos barcos están conectados a una bomba, que puede sólo ser accionada por un interruptor en el barco homólogo, o bien, por otro interruptor controlado por el Joker. La prueba es: el Joker reta a que un barco se atreva a estallar el otro, con tal de salvar su vida o bien, que los pasajeros de ambos barcos apelen a su bondad y se dejen estallar los dos. Todos los individuos, en los dos barcos, tienen una hora para tomar una decisión. Este dilema del Joker está basado en una famosa paradoja, articulada por el matemático John Nash en el contexto de la teoría general de los juegos. Se trata del “dilema del prisionero”, un juego en el que existen tres escenarios: “ganar-perder” (el barco A estalla al B), “perder-ganar” (el barco B estalla al A) o “perder-perder” (A y B estallan mutuamente). Nash planteaba el dilema de la siguiente forma: “Imaginemos que tenemos a dos prisioneros y que a los dos se les plantea el mismo trato. Si A acusa B, B se condena y A queda libre. Lo mismo si B acusa a A. Si los dos guardan silencio, ambos se condenan y se ejecuta lo que se denomina juego suma-cero o pérdida absoluta.” Al final de que el Joker articula este “juego” Batman salva los barcos y nadie acciona el interruptor. Todos los pasajeros quedan a salvo y demuestran su compasión por el barco contrario, no obstante sean civiles o criminales.

El “acto de habla” favorito: ¿Quieres saber cómo obtuve estas cicatrices?

El Joker mantiene varios “actos de habla” a lo largo de la película de Nolan. Todo el tiempo enuncia frases que remiten a un contexto sádico y hasta grotesco. “Llegó la diversión”, dice cuando irrumpe armado en la fiesta de Dent, por ejemplo. “Necesito un segundo”, dice, cuando un policía lo atrapa y él estaba a punto de asesinar a otro. Cada frase es, en la “re-contextualización” del Joker, que alude a lo simpático/sádico como forma de expresión, un “acto de habla”. Sin embargo, la ironía favorita de este payaso, y por ende, su acto de habla predilecto, es hablar de sus cicatrices y de cómo éstas se originaron, para terminar contando una historia en donde a manera de una “burla general de los dramas”, critica la violencia intrafamiliar y el “patético” sufrimiento humano. Existen dos versiones sobre el origen de las cicatrices del Joker. En la primera, su padre es el agresor y objeto de su odio: “… y él, con su cuchillo en la mano, después de haber matado a mi madre me miró riéndose y mientras me cortaba me decía… ¿por qué, estás tan serio?”. En la segunda versión, él se auto laceró supuestamente con el fin de hacer sufrir a su esposa: "Ven, ven acá (a Rachel Dowes). ¿Quieres saber cómo es que tengo estas cicatrices? ¿Eres la novia de Dent? Eres bonita. Una vez tuve una esposa bonita. Ella lloraba y gritaba todo el día y yo, yo le gritaba a ella. Me decía que yo estaba serio todo el tiempo, que odiaba que estuviera serio todo el tiempo, hasta que un día, antes de matarla, claro, puse este cuchillo en mi boca y abriéndome la cara le dije… ¿así estoy… menos serio?" En las dos versiones ficticias (meta narrativas) sobre sus cicatrices, Joker crea especulación y miedo, fortaleciendo de esta manera, su mito personal. Cuando habla de su padre, en el plano de lo discursivo, desmitifica el discurso social y moral de la “familia” como núcleo de la sana convivencia. Expone una “verdad” desastrosa que sucede en varios hogares: padres que golpean a sus hijos y a su esposa, al punto de llegar a desfigurarlos. En el segundo caso, cuando habla de la terrible relación con su “esposa”, desmitifica otro discurso, el de la cortesanía y el romance. Para el Joker, el matrimonio es un desastre. El marido hace sufrir a la mujer que, impotente, llora desesperada, molestando al marido y generando un nuevo círculo vicioso de violencia. Estas son las “verdades” que ocurren en la sociedad pero que no deben saberse: abusos sexuales, maltrato verbal y psicológico, familias enloquecidas. El Joker expone estas verdades en sus “relatos”, enfrente de víctimas desesperadas y se goza en ello. Halla gozo en saber que es más poderoso que la sociedad, que puede sacar sin tapujos, “sus trapitos al sol”.

 Consideraciones finales: El Joker como “anti-discurso” o “crítica destructiva”

Cerremos este análisis con una exploración última del discurso del Joker como un “anti-discurso”, como la negación de un discurso hegemónico. Para Greimas y Courtes, todo discurso consta de tres partes, dos actantes y un sujeto-objeto. El sujeto-objeto es aquél receptor que hay que ganarse para legitimar el discurso y los actantes, aquellos articuladores de discursos que quieran convencerlo. Un actante debe ser positivo y otro negativo. Los polos o caracteres (+/-), se asignan dependiendo de la postura que tome el analista, al respecto de los discursos (cuál apoye). Esta postura es de naturaleza dialéctica, ya que establece que un discurso debe vencer a otro, su “anti-discurso”, para legitimarse y prevalecer. Cuando el discurso se legitima y consagra como una forma “general” de pensar y actuar, se convierte en un discurso hegemónico. En el caso particular que hemos venido analizando, el Joker es un “anti-discurso” de lo establecido; es la negación de lo convencional, lo moral, lo religioso, lo político y lo jurídico. Es una especie de “anti-todo”

I believe in Harvey Dent…
Podemos concluir que, si bien el discurso del Joker es la negación de lo establecido a nivel religioso, moral, político y jurídico, el de Harvey Dent durante su campaña política, es precisamente la legitimación de todo lo antes mencionado. Dent planea llevar justicia social a la ciudadanía de Gótica, encerrar a los criminales, terminar con la corrupción en el gobierno local y erradicar el narcotráfico. Joker se horroriza de la sola idea de que Dent gane el apoyo popular, porque puede hacer creer a las mayorías que “es posible” una ciudad mejor, que hay esperanza. El discurso del Joker, si Dent gana los comicios electorales y después, la mente de los pobladores de Gótica, se invalida automáticamente. Por ende, es necesario que el Joker “desarticule” el discurso de Dent antes de que éste se convierta en el discurso hegemónico de la ciudad. Para intentar invalidarlo, es inútil lanzarse como candidato o utilizar a los medios de comunicación. El Joker debe acudir al mismo Dent para convencerlo de que su discurso no tiene sentido, de que la sociedad no es lo que él piensa. Al final, lo logra, convirtiendo a Dent en un nuevo villano: “Harvey Dos Caras”, como ya hemos establecido anteriormente.

Batman, curiosamente, carece de un discurso propio en el juego dialéctico Joker contra Dent. No articula mayor discurso ni función que el apoyo al propio Dent en la oposición y combate al Joker. Por ende, la función de Batman en esta pugna discursiva es meramente incidental. Batman es únicamente “una estrategia más” para legitimar el discurso de Dent junto con su campaña política y palabras –“Vamos a sacar el crimen de Ciudad Gótica”-. Como dice Bruce Wayne, “alter ego” de Batman: “¿quién nombró a Batman?, ¿recibe algún cheque del gobierno? Batman sólo existe porque las autoridades no han hecho su trabajo. El día que la policía se refuerce, estoy seguro de que Batman desaparecerá”.

El payasito de la tele que todos llevamos dentro

Existe una especie de “culto” al Joker, incluso fuera de su natal Estados Unidos. La mayoría de sus seguidores hasta ha llegado a catalogarlo como el villano más cotizado de la serie Batman, o con atrevimiento, como el mejor villano de cómics de todos los tiempos[20]. ¿Qué hace al Joker tan famoso? Según El Circo del Joker, un sitio de fanáticos en Internet, su magnetismo es resultado de su genial personalidad, “trucos” para torturar, planes macabros e inigualable aspecto físico, pero sobretodo, de su discurso personal, que consta de un permanente atropello a “lo convencional” o a “lo establecido”. Si se pudiera, según este portal, definir el pensamiento del Joker en una frase, ésta sería:

¡Oh sí, llenemos todas las iglesias con pensamientos impuros! ¡Introduzcamos la honestidad y la rectitud a la Casa Blanca! ¡Escribamos muchas cartas en lenguas muertas, igual y así hay muertos que las entiendan! ¡Vamos a enseñar groserías como primeras palabras de los kínder! ¡Abrir los manicomios, quemar las tarjetas de crédito y usar tacones siendo varones! ¡Y sobretodo, llevemos la locura, la locura a las calles, estafando y matando por divertirnos…violemos, pero no por nosotros sino por ellas! Jajajá.

Fuerte, desfachatado, sucio y para algunos valiente. Este fragmento fue tomado de Arkham Asylum (1992) y pretende reflejar el pensamiento del Joker contemporáneo. Obviamente, estas palabras no articulaban la filosofía del “primer Joker”, que creado hacia finales de los años cuarenta, parece ser hoy una pieza de humor involuntario y ridiculez, más que de maldad. Aún así, no debemos subestimar a las primeras versiones del Joker, por acartonadas y caricaturescas que hoy nos parezcan, ya que desde su gestación, el personaje conserva su discurso de atropello contra las formas canónicas de vida y pensamiento. Uno de los primeros cintillos descriptivos del personaje, por ejemplo, en The Joker (1947) señala al villano como “an extremely nervous and smiley markable man with a markable style” (un hombre extraordinario con un estilo extraordinario), y en un diálogo del propio personaje de 1952, se autodefine como “un hombre simple que pasó por una metamorfosis que lo hizo terriblemente insensible”. Por ende, podemos establecer que a pesar de que el discurso del Joker se ha modificado con los años para que sus adeptos no pierdan su gusto por el personaje, sus base permanecen intactas: acabar con la moral, con el orden, con el “american way of life”…acabar con todo. El Joker es un destructor. No tiene una propuesta social ni un “móvil” que lo lleve a asesinar, a estallar trenes o a envenenar ductos públicos. Carece de una “mejor opción de modelo social” y a diferencia de Osama Bin Laden, del grupo palestino Hamas, o de cualquier terrorista que veamos hoy en los noticieros, no persigue causas ni tiene demandas para el gobierno. Digámoslo así: él sólo quiere divertirse. Su único “motivo” para destruir es su sentido crítico de la sociedad. Desea establecer que los modelos en los que le ha tocado vivir no sirven; ni para él, ni para nadie. Pretende mostrar los discursos sociales como una tremenda basura, destacando ante todo, la hipocresía de los mismos. Para Joker, la religión, la moral, la educación o el patriotismo son meras máscaras. Banderas que ocultan los “verdaderos motivos” de gobiernos corruptos y chantajistas o de instituciones disfuncionales. Pero ni siquiera le importa usar sus ataques masivos y fechorías como un grito de auxilio. No quiere que nada cambie, pues tiene poca a nula esperanza en que “algo”, a nivel ideológico o material, llegue a cambiar. A él le basta con destruir. Es ésta, su forma de venganza. Pero, ¿venganza de qué?, ¿qué tiene la sociedad de Gótica que pone al payaso tan furioso? La respuesta no es difícil. Basta con hurgar un poco en nosotros mismos. El payaso le molesta lo que a cualquiera parece enojarnos. Así como a veces no soportamos el tráfico, las campañas de gobierno o la falsedad de los romances de Hollywood, el Joker tampoco soporta lo plástico e hiriente de los discursos sociales. Pequeña diferencia: nosotros no salimos de control, el Joker sí.

Podríamos decir que el Joker es un terrorista. Sí. Que es inhumano, cruel, lascivo con sus víctimas femeninas, e indeseable. Sí. Que se antepone ante todo lo que debería ser “bueno” y “convencional”. Sí. Que lo odiamos. No, tal vez no. Porque el Joker representa un quejido presente en toda la sociedad postmoderna. Digamos que es aquél que, aún a través de un cómic o una película, hace lo que no nos atrevemos a hacer. Es una especie de antihéroe más que un villano. Es un “redentor” social, muy a su manera. ¿Siempre fue visto así? No. ¿Fue creado con la intención de ser “la conciencia social”? No, probablemente no. El metadiscurso del Joker, entendido como “el discurso de aquellos que crearon al Joker”, no siempre ha sido el mismo, y tiene un punto de inflexión preponderante a partir de los años noventa. En los cincuenta, cuando fue concebido, Joker era aún un villano y resultaba repudiable. Su carácter de “elogiable” o “fascinante” es algo más reciente. Más postmoderno. El Joker de Christopher Nolan es la voz de la frustración en la postmodernidad, es el epítome de los “anormales” del mundo actual. En su figura se concentran todos aquellos neuróticos que se resisten de ser psicópatas, todos los que odian su entorno y sus discursos y todos aquellos que, sabiendo que todo está inventado, gustan más de destruir que de proponer. Esa es el alma del Joker y de ahí proviene su impacto a nivel social. Como el loco postmoderno arquetípico, el Joker no es un revolucionario, pero poco le importa no serlo. Es un crítico, un genio destructivo, un inestable y un científico social. ¿No es acaso suficiente con eso?, ¿para qué armar una revolución que, de antemano, está pérdida en contra del recalcitrante sistema?

Lo más curioso y sin embargo lamentable de este discurso del Joker que emula en pocas palabras, “la causa está perdida”, es que se ha convertido en una especie de bandera para las generaciones postmodernas. Los jóvenes critican, destruyen, son iracundos, pero no proponen. Lejos de querer articular un cambio, desean quedarse en el plano de la desmitificación y del quejido, de la crítica destructiva. Pero es entonces cuando surge la pregunta: ¿cómo volver al discurso del progreso, de los sueños, de la modernidad, cuando todo parece estar perdido? Porque, nos guste o no, el Joker no anda tan errado. Nos ha tocado vivir en un mundo en el que las instituciones se ilegitiman cada vez más, en donde la moral y la religión no son suficientes para mantener a las familias unidas, y en donde existen tantos discursos, debido al bombardeo permanente de los medios masivos de comunicación, que no sabemos ni en qué creer. Por otra parte, el incremento de la violencia, de la corrupción política y de la indiferencia social, está a la orden del día. Las “grandes verdades”, terribles e indignantes, no pueden decirse en voz alta. La postmodernidad nos está quitando todo. Absolutamente todo. Menos la razón.


FUENTE: eloycalocalafont.blogspot.com.ar

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