martes, 19 de abril de 2016

Ahora la sabe - Historias de terror y Creepypastas


Solo soy una persona con conocimientos en sistemas. En realidad trabajo para una empresa de tecnología y no soy especialmente creyente en nada paranormal, de hecho, soy poco religioso.

La razón de pasar por aquí es precisamente porque tengo curiosidad en estos asuntos desde que un familiar me contó una historia bastante particular.

Javier y María son prácticamente dos campesinos, criados a la vieja usanza en una pequeña choza situada a unos treinta minutos a paso de caballo del pueblo más cercano. Javier es un primo lejano del lado de la familia de mi padre que a pesar de ser médico actualmente, viene de una familia muy humilde en el campo, logró completar sus estudios de medicina con su propio esfuerzo; por esa circunstancia aún tenemos bastantes familiares en zonas rurales.

La historia me la narró mi primo cuando hicimos un viaje hasta su pueblo, decidimos visitarlo ya que lo vemos prácticamente una vez al año en temporada de vacaciones. Usualmente nos da pereza ir hasta allí, porque a pesar de que el campo es muy bonito y la choza muy acogedora, la vía para llegar no es precisamente apta para un vehículo moderno, aunque sea una camioneta como en la que vamos. De hecho, no es un carretera como tal, es solo un camino que se ha formado por el pasar de los animales, carretas o algunas motos, y que en invierno es inaccesible a menos que sea en vehículo de tracción animal de cuatro patas. También es posible que si dos automóviles se encuentran, alguno de los dos tenga que regresar en reversa, por supuesto esto rara vez ha de pasar por ser poco transitado.

La última vez que lo vimos, el buen primo tenía la espalda llena de cicatrices. Nuestra primera reacción fue preguntarle qué había pasado. Su respuesta me ha dejado atónito, es la primera vez que escuché algo similar.

«No sé si en el pueblo les contaron que me caí del caballo. Todo el mundo dice eso, pero María sabe lo que realmente pasó. No sería agradable contarles porque están de visita y no quiero que pasen una mala noche».

Más que la razón por la cual no quería contar lo sucedido, yo podía notar que tenía miedo de relatar la historia. Su mirada era confusa y extraña, tal vez pensativa e intentaba buscar otro tema de conversación; sin embargo, yo insistí, diciéndole que solo era una historia y que no era cortés dejarnos con la intriga.

Bueno, siéntate aquí — me dijo al rato cuando los demás estaban haciendo otras cosas —. No quiero que tu padre se ponga nervioso manejando cuando estén de regreso.

Hace dos meses, como era de costumbre, yo tenía que ir al pueblo a comprar algunas cosas de la casa. Nunca lo hago muy entrada la tarde para que no me agarre la noche en el camino. Jamás le he tenido miedo a la noche hasta ese día, es más, incluso le tenía más miedo a los vivos que a los muertos. Ya me habían robado antes por deambular tan tarde. Parece que los ladrones no duermen.

«Eso es cierto», afirmé, mientras en mi cabeza quedó el eco de la frase «hasta esa noche».

Sin embargo, tenía varios animales enfermos —continuó—. Ya dos vacas estaban bastante mal, no podía darme el lujo de que murieran, así que tomé el caballo y comencé a ensillarlo. María inmediatamente me dijo: «Javier, ¿para dónde vas? ¿Que no ves que ya es tarde y me da miedo que vayas solo? Te va a pescar desprevenido la noche, tengo un mal presentimiento, espera hasta mañana».

Yo la ignoré por la misma razón que comenté, no podía darme el lujo de un animal muerto, así que tomé una linterna por precaución, aunque sabía que estaría bastante iluminado por haber luna llena y posiblemente no la usaría para no mostrarle mi posición a nadie.

Fui al pueblo lo más rápido que pude. Compré en el mercado lo necesario y en el camino me encontré con un par de amigos que me ofrecieron dos tragos de Ron. Luego seguí, y tal como estaba previsto, una cortina negra cayó sobre el campo. Apenas había comenzado la vía.

Claro, el caballo ve mejor que yo, así que solo me incliné y traté de ir lo más rápido posible con la luz apagada para no llamar la atención de cualquier bandido que este por allí. Llevaba muy buen ritmo, estimo que debía ir al menos ya por la mitad del camino y me iba sintiendo más tranquilo a medida que avanzaba; sin embargo, cuando llegué a la curva por donde se llega al arroyo, sentí curiosidad de algo extraño — hizo una pausa, como tomando fuerzas para poder explicarme lo que seguía; mientras hacía eso su miedo me invadía a mí también —.

Cuando pasé por aquel lugar vi una silueta, estaba casi seguro de que era una niña. Para ese entonces mi vista ya se había adaptado un poco a la oscuridad y podía distinguir cosas, sin embargo al cruzar tan rápido ese punto no podía estar seguro de si era correcto lo que vi o no.

Por supuesto, la duda me estaba matando. ¿Y si era una niña que se había perdido? ¿Qué tal si la muerde una víbora?… Tal vez la pobre no se atrevía a caminar del miedo. En estas tierras tan alejadas es posible que hasta sea violada y nadie escucharía nada…

Tantos pensamientos invadieron mi mente que decidí dar la vuelta y asegurarme. Paré en seco el caballo y di la vuelta, encendí mi linterna y comencé a buscar. En menos de un minuto ya podía verla, a pesar del gran trayecto recorrido mientras decidía si regresar o no. No le di gran importancia, pues supuse que tal vez había caminado un poco o habría intentado perseguirme y por eso había avanzado.

Era una pequeña niña. «Tendrá a lo mucho unos siete años», pensé. Estaba vestida completamente de blanco, su rostro parecía angelical aunque tenía una parte tapada por el cabello, y la verdad aún no recuerdo si podía ver sus pies, tal vez estaban confundidos con el pasto, además al encender la linterna perdí nuevamente la poca visibilidad que ya tenía y solo podía ver lo que alumbraba directamente.

«¿Y qué pasó?», pregunté; aunque el corazón me palpitaba rápidamente no podía dejar de escuchar.

Le consulté: «¿Estás perdida?». Ella solo asintió con la cabeza sin mencionar una palabra. «¿Vives cerca?», nuevamente solo movió su cabeza hacia los lados.

Entonces le dije: «Si quieres te llevo a mi casa y mañana buscamos a tus papás, porque no te quiero dejar sola aquí». Ella asintió de igual forma, solo moviendo su cabeza.

Giré el caballo y le pregunté si sabía cómo subirse. No había terminado de hablar cuando la sentí detrás de mí. Me agarró fuerte de la cintura, obviamente pensé que debía estar aterrada, así que no le dije nada y reanudé inmediatamente mi carrera hacia mi anhelado hogar. Sentía como si de repente la temperatura hubiera descendido, y pensé: «Creo que ya ha entrado mucho la noche, debe ser muy tarde».

Aceleré nuevamente hasta lo que el pobre animal era capaz. Me daba miedo encontrar a algún bandido más aun llevando esta acompañante, ya no era solo mi seguridad, también la de esta niña —pausó su relato nuevamente, sus manos comenzaron a temblar y su mirada estaba perdida en el recuerdo, como si lo estuviera viviendo de nuevo—.

Noté que algo no estaba bien, el caballo empezó a bajar la velocidad y por más que intentaba no conseguía hacerlo regresar al ritmo que traía. Le dije a la niña: «No te asustes, ya casi llegamos». Ese fue el primer momento en que la escuché hablar, esa voz aún resuena en mis sueños y en mis pesadillas; no sonaba como ninguna persona, niño, adulto o anciano que hubiese escuchado antes, y me dijo: «Tú no vas para ninguna parte, tú te vas conmigo».

Impactado por sus palabras, miré hacia atrás; no podía ver su rostro, ya que estaba apoyado sobre mi espalda, pero sus piernas… sus piernas eran tan largas que arrastraban contra el suelo, era eso lo que no dejaba avanzar al caballo, lo estaba frenando.

Enseguida me di cuenta de que el frío que sentía no era normal, estaba temblando, mis manos estaban moradas, aunque mi espalda estaba muy caliente. Sentía un olor a azufre que no desaparecía. De pronto… me habló de nuevo.

«Reza lo que te sepas si quieres, pero tú te vas conmigo».

A mi mente vinieron muchas oraciones, las que había escuchado en la iglesia, las decía así no creyera en nada de eso. Las que había escuchado cuando enterraban a la gente, las que había escuchado rara vez de algún religioso o en el colegio. El caballo iba cada vez más lento, casi que se detenía, y cada vez que terminaba alguna oración ella reía y solo decía: «Esa ya me la sé, tú te vas conmigo».

Hizo una última pausa… esta vez el tono de su voz cambió, parece que había más tranquilidad en su rostro…

En ese momento me recordé a mi bisabuela, ella siempre hacía una oración cuando alguien se sentía triste o estaba enfermo, no sé cómo la recordé en ese momento puesto que yo aún era muy pequeño cuando falleció. Tampoco recuerdo que sea algo que haya escuchado en una iglesia convencional, era   como el pedazo de una canción o algo muy, muy viejo.

Esperé que ella se riera aún más, pero solo había silencio. En un tono de disgusto, me dijo: «Te salvas, porque esa no me la sé».

De inmediato desapareció la presión del caballo y comenzó a andar un poco más rápido, de todas fomas se escuchaba en su respiración que estaba muy agotado. También la presión en mi espalda desapareció pero todavía me dolía un poco. Estoy seguro que el miedo apaciguaba el dolor. Cuando llegué a la casa, dejé el caballo afuera sin pensarlo, me dirigí hacía María, le di un beso y le conté lo que me había pasado. Ambos estábamos petrificados. Ella miró mi espalda y me advirtió la aparición de unas cicatrices, como si algo me hubiera quemado.

Habremos dormido un par de horas esa noche. En la mañana, cuando salí afuera, ahí yacía mi caballo muerto; sus patas traseras estaban calcinadas y el olor a azufre aún permanecía fresco.

Allí terminó la historia, solo se levantó y me dejó ahí. Yo no sabía qué decir ni qué pensar.

Inevitablemente nos agarró la noche cuando regresábamos, aunque no sentía tanto miedo porque íbamos en auto, la radio estaba encendida e iba con toda mi familia. Aun así, no me atrevía a mirar por la ventana. En el exterior reinaba absoluta oscuridad, las luces solo alumbraban parcialmente el camino. Yo pensaba: ¿Serán solo inventos? ¿Alguna historia colorida que inventó porque había tomado algunos tragos esa noche?

Miré hacia el cielo nocturno; en el campo se pueden ver muchas estrellas y era noche de luna llena, de esas en la que la luna por alguna razón tiene un tinte rojizo. Cuando volví la mirada hacia abajo, no pude evitarlo: eché un vistazo por la ventana y por allí en la negrura de la noche distinguí una silueta de entre la oscuridad… Íbamos bastante rápido, evidentemente no había razón para regresar, aunque sentí un horrible escalofrío al rememorar la historia. En ese momento recordé lo que le había preguntado al buen primo antes de marcharnos: «¿Y cuál era la oración?...».

Él respondió: «De nada sirve que te la diga… Esa ya se la sabe».



AUTOR: Santiago Sánchez
MODIFICACIONES: Admin de Oscuridad Oculta

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