lunes, 31 de agosto de 2015

Atraer a un vampiro



Una de las formas más utilizadas para atraer a un vampiro consistía en elegir un niño o una niña, lo suficientemente jóvenes como para ser vírgenes, y sentarlos sobre un caballo de color negro, preferiblemente casto y que no hubiese tropezado nunca.

Se llevaba al caballo al cementerio y se lo hacía pasar sobre las tumbas sospechosas de albergar a un No Muerto. Si el animal se rehusaba a pasar sobre una de ellas era una clara señal de que allí estaba enterrado un vampiro.

Acto seguido se sentaba a los niños sobre la lápida y luego se los llevaba a un lugar seguro. Cuando cayese la noche el vampiro seguiría invariablemente el rastro odorífero dejado por los infantes; y de este modo caería en una trampa letal.

Esta creencia está muy bien descrita en la novela de vampiros de Ann Rice, Entrevista con el vampiro (Interview With a Vampire).

Algunos folkloristas sostienen que originalmente las lápidas no tenían el propósito de ilustrar sobre la vida pasada del difunto, sino que eran un método para impedir que los vampiros se levanten de sus tumbas.

Existen otros métodos, acaso más modernos, para atraer a los vampiros; los cuales consisten en aplicar inversamente los ritos tradicionales para alejarlos.

Por ejemplo, así como los vampiros odian el ajo, adoran en cambio el aroma de las amapolas. Estas flores ejercen un tremendo magnetismo en los vampiros y los llevan a cometer toda clase de imprudencias para obtenerlas.

En los mitos de Europa del Este encontramos muy pocos remedios tradicionales para convocar a los vampiros, ya que en esa zona los vampiros suelen ser bastante poco agradables y de existencia miserable. Voltaire (escritor, historiador, filósofo y abogado francés) solía burlarse de ellos diciendo que la creencia en vampiros es directamente proporcional a la ignorancia de los pueblos que profesan su fe.

Pero en la iluminada cultura de la Europa de Voltaire también se agitaba el germen del vampirismo, el cual adquiría muchas formas. Las leyendas fueron ganando en sutilezas, en pequeñas contradicciones y desarreglos que aumentaron lentamente la creencia en los vampiros.

Se empezó a considerar que los vampiros pueden ingresar en una habitación sólo cuando la víctima los invitaba, concientemente o no.

Veamos algunas formas en las que un vampiro podía presentarse en el lecho de una dama:

No era necesaria la ausencia de objetos religiosos. Los vampiros no temen a ningún símbolo sagrado en presencia de personas frívolas. Sólo los aborrecen cuando las cruces y relicarios operan como catalizadores en manos de hombres de probada fe.

Las rosas, en cambio, producen en los vampiros un fuerte rechazo, especialmente las blancas. Tampoco es recomendable tener un recipiente con agua en la habitación, particularmente cerca del lecho, ya que los vampiros no pueden cruzar ningún límite marcado con agua; y esto funciona, dentro de la leyenda claro, tanto para los ríos como para un simple vaso con agua.

Es importante destacar que una vez que el vampiro se ha hecho presente, tanto la ignota dama como él son igualmente responsables por el bienestar del otro.

Nos explicamos.

Así como el vampiro necesita una invitación para ingresar en una casa, también requiere una autorización para abandonarla. Motivo por el cual, los vampiros suelen alimentarse visitando el cuarto de sus amantes pero jamás les dan muerte dentro de aquellos límites; ya que sin la autorización de la víctima el vampiro no podrá abandonar el lugar.

Es así que la mujer y el vampiro deben complementarse: él leerá sus deseos más recónditos, incluso de los que ella no es enteramente consciente, y saciará todos sus apetitos a medida que bebe su sangre. Ella le ofrecerá el cáliz de su cuello; se irá diluyendo entre sus abrazos; pero el placer será apenas una anticipación, un preludio, jamás terminará de consumarse; y cuando la sombra del vampiro abandone la habitación nuestra desconocida dama creerá haber tenido un sueño espantoso, sentirá sobre sus labios los ecos de un beso frío, helado como la tumba; su cuerpo temblará, sus dedos recordaran la textura etérea de un cuerpo lívido que se niega a permanecer en la memoria.

Nadie que haya sido mordido por un vampiro recordará plenamente la experiencia, y mucho menos el rostro de su siniestro visitante. La noche será como una pesadilla agitándose en un rincón inaccesible de la mente.

¿Sucedió aquello?

¿Fue un sueño?, se preguntará razonablemente.

Podemos imaginar a esta hipotética mujer luchando por conciliar el sueño, con la mente atribulada por dudas y un horror que se resiste a ser evacuado por la lógica. La habitación parece cerrarse sobre ella, con sus paredes ensombrecidas y las cortinas ondulando suavemente con la brisa nocturna.

Y en el preludio del sueño, donde la conciencia se abre paso hacia lo imposible, tal vez la veamos estirar sus dedos temblorosos para verificar la lubricidad de su sexo envuelto en tinieblas; intentando recordar en vano un momento que acaso jamás tuvo lugar. Entonces verá, sobre la blanca palidez de las sábanas, una diminuta perla púrpura, la joya roja de sus venas; y ya no habrá más incertidumbre.



AUTOR: Aelfwine para elespejogotico.blogspot.com.ar


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