jueves, 15 de mayo de 2014

La galería de Henri Beauchamp - Historias de terror




Dicen que, en cierto piso de un edificio de París, hay una galería de arte secreta. Para  entrar tienes que visitar el bar que está en la misma planta y actuar según indicaciones muy precisas. Se dice que dentro de la misma están las 13 obras perdidas que Henri Bauchamp pintó antes de morir: 12 con la sangre de tres niñas vírgenes y la última, con su propia sangre… 

En París (capital de Francia), sobre uno de los pisos de un edificio cuya ubicación muy pocos conocen, se halla un pequeño bar que esconde grandes secretos. Si vas de noche y tienes la suerte de encontrar al barman indicado, podrás entrar a la exclusiva galería en donde todavía perduran las magistrales y malditas trece obras perdidas que el artista Henri Beauchamp pintó antes de suicidarse.

El problema está en que el barman no dejara ingresar a cualquiera: tienes que demostrarle que eres un verdadero admirador de la obra de Beauchamp.


Te preguntará en un inglés de elegante y perfecta pronunciación: “¿Qué es lo que desea tomar en esta gloriosa noche?”. No puedes responder cualquier cosa, tienes que decir claramente: “Absenta”. Si das una respuesta distinta, morirás con la bebida que te sirva, sea cual sea, o bien te matará él mismo si insistes en quedarte y no tomar nada.

Bien, ya has optado por la absenta, ahora te preguntará de cuál tipo, y entonces dile: “la bebida que aquel señor no soportaba tomar”, o bien “la buena absenta, la mejor”. Si respondes de otra forma, no perecerás pero tampoco verás la galería, y además serás maldecido con pesadillas insoportables durante trece días, tal y como el número de sus obras perdidas. No pienses que se trata de simples sueños perturbadores: la última pesadilla, la del treceavo día, te atormentará el resto de tu existencia. Volverá una y otra vez trastornándote psicologicamente. Distinto será si haces lo correcto, pues entonces te dirá: “Asegúrese de tomar esto con cuidado; es lo más fino, lo mejor”. Cuando oigas esas palabras podrás actuar de dos formas: 


Diga palabra por palabra “Sobreestimé mi fortaleza, tenga usted una buena noche”. Si a continuación el cantinero asiente, puedes retirarte por donde entraste, ileso, sin haber ganado ni perdido nada. 

O bien puedes proseguir en tu determinación por contemplar lo que a pocos ojos ha espantado y deslumbrado tanto.

Si decides continuar, el barman te dará un delicado vaso de siete lados y una cuchara especial para absenta con forma de llave. En la cual los pequeños agujeros situados en la parte superior sirven para drenar el alcohol sobre el terrón de azúcar. Adicionalmente te entregará una botella de absenta, sin marca alguna y despojada hace mucho tiempo de la etiqueta. La cuchara será plana, pero tendrá dos lados muy distintos. Debe asegurarse que la ranura quede orientada hacia abajo, pues en caso contrario la bebida se tornará agria, tu nariz se quemará y verás cosas horrendas que no pertenecen a este mundo.

Con la cuchara en posición correcta, prepara la absenta de forma usual (coloca el cubo de azúcar y vierte alcohol sobre él para obtener así el color adecuado y sus propiedades especiales). Hecho esto, exclama “salud” y toma todo hasta el fondo, aunque te quemes la garganta terriblemente.

Si lo hiciste de la manera indicada, las luces. ya de por si tenues, se apagarán de golpe y la oscuridad cubrirá el bar. No debes asustarte más bien regocíjate porque significa que has sido aceptado. Espera y guarda silencio como un muerto, no vaya a ocurrir que el cantinero decida convertirte en uno.

Después de dos o tres minutos en tinieblas, verás brillar una luz por debajo de una puerta al fondo del bar. Entonces aparecerán flotando pequeñas esferas luminiscentes que inundarán de verde todo el sitio.


En ese instante el barman se desvanecerá y no habrá más nadie a tu alrededor.

Ahora puedes (si quieres) tomarte el resto de absenta, o bien guardarlo, por si te sirve de algo después. De todas formas, tienes que agarrar la cuchara con forma de llave y colocarla en la cerradura. Notarás que encaja a la perfección.

Una vez dentro verás un pequeño ascensor y, parada junto a su puerta, una mujer de belleza deslumbradora, la más hermosa que los ojos humanos puedan llegar a contemplar. “¿vas para arriba?”, te preguntará, y considerando todos los problemas que has tenido para llegar hasta aquí, lo más lógico será contestar que si.


Entrarás al ascensor, donde te mirará a los ojos y te preguntará con soltura: “¿De qué forma compararías el surrealismo de Beauchamp, con el de... Rene Magritte?” Sepas o no lo suficiente como para dar una buena respuesta, debes evitar el tema y decirle: “Esta noche he venido a ver más que arte”. Si no lo haces, la luz verde (que sigue impregnándolo todo) desaparecerá, las puertas del ascensor se cerrarán estrepitosamente, y caerá a toda velocidad, sumiéndote en una oscuridad infinita, para así alcanzar las mismísimas profundidades del infierno. 

En caso contrario el elevador ascenderá lentamente mientras la luminiscencia verdosa va retirándose para dar paso a la suave luz de la luna.

Al salir observarás ante ti un antiguo salón con un cartel de Henri Beauchamp en la parte izquierda de la pared.


Tomarse un tiempo para leerlo es buena idea para saber la importancia de Monsieur Beauchamp. En resumen, cuenta que era un surrealista de los años 20's que intentó liberar al arte de toda premeditación, consiguiéndolo en definitiva. Tuvo problemas y una profunda crisis personal. Tal fue así, que una noche vino a este bar como tantas otras veces, y poseído por las musas pintó figuras geométricas. Después algunas con espléndidos y perfectos fractales. Más tarde cosas que aparecerían en los periódicos al día siguiente. Y luego creó imágenes proféticas sobre acontecimientos que vendrían la próxima semana, o incluso, sobre lo que pasaría cincuenta años después.

Parecería pues que Henri Beauchamp tenía razones de sobra para estar contento, pero muchos artistas son seres hipersensibles con una auténtica vocación de sufridores. “La melancolía es la alegría de estar triste”, había dicho alguna vez el gran Víctor Hugo, y Henri no dudaba en tomar aquellas palabras como un dogma de su propia vida interior. No importaba tanto el prestigio: él quería llegar más lejos y apresar, en los materiales de la obra, la esencia viva del dolor y la tragedia, usándola para plasmar, en el lenguaje de las formas, lo que él consideraba eran las respuestas a grandes interrogantes cosmológicas y espirituales, ligadas a cuestiones siniestras como el Anticristo, el Infierno, y el fin de la Humanidad. La manera que encontró para imbuir los materiales de la obra en esa “esencia viva del dolor y la tragedia”, fue realmente efectiva, pero le valió la condena de su alma, y el exilio entre los vivos, al territorio de los artistas olvidados. Sabía que, tras terminar sus últimas obras, no podría darse el lujo de vivir, aunque de alguna manera persistiría para siempre pues, en palabras de Carl Gustav Jung, “un artista es su obra”.

Llegó entonces su noche final. Para la ocasión, Henri había conseguido raptar a tres niñas vírgenes y las sacrificó. Posteriormente las abrió con cuidado, poniendo en práctica cuanto había aprendido de anatomía humana. No quería desperdiciar nada: la sangre, la bilis, la piel, los ojos, los tejidos de los distintos órganos, todo debía servir para crear un repertorio de colores y texturas. Esa noche no sintió somnolencia alguna: su mente estaba electrizada por la inspiración, su espíritu completamente arrebatado por el fin trágico y sublime al cual se entregaba, y su mano, más ágil que nunca, variaba la velocidad y combinaba los distintos movimientos a fin de dar vida a las ideas que, como dictadas por un algo superior, iban apareciendo en su cerebro, donde se enlazaban, se desarrollaban, se clarificaban.

Tras varias horas, Henri terminó las primeras doce pinturas. Satisfecho las colgó en la pared.

Las obras que se encuentran tras la puerta son las siguientes:

Las primeras seis, de izquierda a derecha:

- El origen del Universo.

- La única imagen verdadera de Dios, vista desde los ojos del ser humano.

- La imagen real de Jesucristo.

- La entrada al Paraíso.

- Todos los Papas que habían existido, y los que existirían (recuérdese que Henri era surrealista, así que pudo plasmar esto en un solo cuadro).

- La imagen de Cristo en su segunda venida.

Las otras seis, que debían verse e interpretarse de derecha a izquierda son:

- El fin del Universo.

- La única verdadera imagen de Satanás, vista desde la perspectiva humana.

- La imagen real de Judas.

- La entrada al Infierno.

- Todos los demonios encarnados en el ser humano, desde las primeras caras hasta las que aún no son reconocibles.

- La imagen del Anticristo en su segunda venida.

Pero y bien: ¿qué pasó con la treceava de sus obras?...

La misma se halla volteada hacia la pared para no revelar su espantosa imagen. El espacio a su alrededor es de grandes dimensiones, haciendo notar que es la pintura central de la exposición. En la parte inferior se puede ver un pequeño letrero con una frase escrita en 3 lenguajes distintos. Arriba ilegible con escritura propia de los serafines. Abajo también incomprensible con runas de las grandes órdenes demoníacas. Y en el medio lo único inteligible en idioma romano dice:

NO TOCAR.


Me es imposible asegurar de qué se trata la imagen. Solo sé por rumores que mientras Beauchamp moría, se arrancó la piel, los órganos, incluso su alma y lo plasmó en un siniestro collage. 

Cómo utilizó su cuerpo para crear tan horrible obra maestra, no podría decirlo y si pudiese no me atrevería a hacerlo.

Así que si logras llegar hasta allí....¿Quizás puedas voltear el cuadro y decirme lo que has presenciado?. Podrías contármelo mientras tomamos un trago...¿con una copa de absenta quizás?...    

   

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