jueves, 15 de diciembre de 2016

Los muertos de Stonhenge - Historias de terror



Todos los viernes, después de tener relaciones con ella, en la oscuridad cómplice de nuestra habitación, solía pensar en los hombres que levantaron Stonhenge.

No sé qué ocurrió realmente, ni por qué. Tampoco sé si esto me sucede únicamente a mí o si hay otros, en alguna parte. Lo único que sé es el cuándo: la noche del apagón.

Todo el sistema colapsó. Todo: electricidad, servicios públicos, transporte, internet. La radio a baterías alcanzó a emitir un mensaje de alerta antes de ser devorada por la estática.

Desde entonces no supe mucho más de lo que ocurre afuera. No me atrevo a salir.

Siempre fui un tipo ermitaño, sabe, y esa tendencia natural se intensificó la noche que ella regresó.

Su forma de llamar a la puerta no había cambiado —tres golpes sordos—, pero esa noche sonaron diferente, como disonantes, inarticulados.

Los que regresan no vienen a saciarse con nuestros cerebros. Eso lo supe apenas abrí la puerta. Solo regresan, se quedan, deambulan por la casa.

Hay algo horrible en la forma en la que intentan comunicarse.

Pero lo peor no son los balbuceos, ni esa mirada ausente, catatónica, de ojos secos y sin párpados: los muertos tratan de vivir, o mejor dicho, de continuar los pequeños hábitos que aprendieron en vida.

Ella regresó un viernes.

Su sonrisa radiante había sido reemplazada por un rictus maniático. Gruñó algo. Sus encías estaban ennegrecidas por el musgo que repta en los nichos. Un dedo lívido señaló nuestra habitación. Dando tumbos se precipitó en el cuarto de baño. Se oyeron ruidos, como si forcejeara con algo. Al salir estaba desnuda, con los labios pintados con sangre coagulada.

Entonces pensé en los hombres que levantaron Stonhenge, y supe que todavía la quería.


FUENTE: elespejogotico.blogspot.com.ar

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